WEwTA enfrió el pasado sábado las expectativas generadas durante los últimos días sobre el proceso que habrá de llevar a la desaparición de la organización terrorista, al emitir un comunicado en el que no anuncia ni una tregua ni el cese definitivo de la violencia. No es nada nuevo. Porque si es cierto que ETA aboga en esa nota por un proceso de diálogo y que lleva casi tres años sin matar, también lo es que la banda sigue en sus trece: excluye cualquier gesto por su parte y anuncia que sólo se moverá cuando reciba propuestas de los demás sobre el derecho a decidir de los vascos y el cambio del actual marco estatutario.

Por lo que se ve, ETA no ha interiorizado aún su precaria situación interna ni las exigencias del Estado de derecho. Y la democracia, como le reiteran los gobiernos español y vasco y la oposición, tiene un límite infranqueable para el final dialogado de la violencia: ETA ha de expresar de forma inequívoca su voluntad de abandonar las armas. Es un primer paso ineludible, por más que a los etarras y a los que les apoyan les cueste madurar. Aunque, en todo caso, ETA habría frustrado menos esperanzas sin las querellas partidistas de estos días. Este proceso será largo y problemático. Es tiempo de prudencia y de espera.