TDte la desparramada entrevista de los portavoces de ETA en el diario Gara --nada menos que quince páginas, oiga--, me parecen irrelevantes su disposición a hablar de desarme y adoptar compromisos si el Estado da pasos adelante en relación con lo que los terroristas llaman "consecuencias" del conflicto. Ni ellos están en condiciones de adoptar posiciones conminatorias ni el Estado tiene que moverse de sus coordenadas institucionales, que se reducen a la aplicación de la legalidad y el mantenimiento de la misma política antiterrorista.

No me parecen irrelevantes, en cambio, las alusiones referidas a la trastienda del "cese definitivo" de lo que los susodichos portavoces llaman "actividad armada", tal y como se anunció en el comunicado difundido el jueves 20 de octubre después de 42 años violando el Código Penal y el quinto mandamiento en nombre de la "patria vasca".

Es descarado el intento de vendernos su flagrante derrota como el resultado de una larga reflexión. Una década, dicen, dedicada al proceso reflexivo. Estéril tentativa de disfrazar su capitulación ante al Estado de Derecho. Resulta curioso comprobar que esos diez años de supuesta reflexión se corresponden con la etapa que comenzó al firmarse el Pacto Antiterrorista (diciembre de 2000) y terminó con una ETA prácticamente liquidada. ¿Qué es lo que ha ocurrido en estos últimos diez años? Pues que hemos asistido a la paciente aplicación de un plan de legítima defensa del Estado frente a quienes aspiraban a reventarlo. Diez años de planteamiento, nudo y desenlace, como en las comedias del siglo de Oro español, de una operación antiterrorista que siempre contó con el apoyo de la opinión pública, los grandes partidos políticos, los sindicatos, el Gobierno central, el Parlamento, los jueces y el Tribunal Constitucional.

Pero ETA se falsifica a si misma en la entrevista de Gara. Lo que llama ahora "período de reflexión" comienza en diciembre del año 2000, con el llamado Pacto Antiterrorista, continúa con la Ley de Partidos, prosigue con la ilegalización de sus terminales "políticas" y termina con el adiós a las armas de una banda policialmente acorralada. Ese es el desenlace. Por la aplicación de la fuerza tranquila del Estado de Derecho, no por ninguna suerte de lento y prolongado proceso de auto-persuasión de quienes hasta hace un par de años seguían demostrando con hechos sus intenciones criminales.

Conviene hacer memoria ante la pretensión etarra de colocar en la opinión pública relatos inaceptables sobre lo ocurrido durante tantos años de amargo recuerdo. El "cese definitivo" de la violencia no ha sido el resultado de la reflexión interna ni de la petición externa de un puñado de jubilados de la política internacional, sino de la extrema debilidad operativa de ETA y el interesado hallazgo de que los votos cunden más que las pistolas en la promoción de Euskadi como unidad de destino en lo universal. Amén.