Los terroristas de ETA volvieron a matar ayer, y lo hicieron de forma especialmente brutal --si es que cabe más o menos brutalidad en su ejercicio asesino-- al colocar un coche bomba delante de la casa cuartel de la Guardia Civil en Legutiano (Alava), que hicieron estallar sin previo aviso. El resultado fue otra muerte inútil, la del guardia Juan Manuel Piñuel, de 41 años, y cuatro heridos, compañeros del fallecido que también pudieron perecer en el atentado.

Lo primero que cabe hacer ante este enésimo acto de barbarie es solidarizarse con las víctimas y sus familias, condenar los infames métodos etarras --un anacronismo en la Europa avanzada, democrática y civilizada-- y reclamar a todos, Gobierno, partidos políticos, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y medios de comunicación, una respuesta serena y sin fisuras ante los asesinos, cuyo triste destino es sembrar el terror antes de acabar en una celda durante décadas.

Pero dicho esto, merece la pena reflexionar sobre la capacidad mortífera que aún tiene ETA --baste el dato de que en el coche de ayer estallaron unos 300 kilos de explosivo, según las estimaciones de la Policía-- y sobre la operatividad que están demostrando tener algunos de sus comandos. Que la banda esté políticamente acorralada y fuertemente acosada por policías y jueces no debe ocultarnos esa realidad. ETA sigue dispuesta a hacer daño y lo hará, porque es lo único que sabe hacer, la razón de su existencia. Por eso, debemos estar preparados para ello.

Las reacciones políticas de ayer fueron correctas. El presidente del Gobierno prometió firmeza y contó con el respaldo de todos los grupos, incluido el PP, lo cual no es poco tras la tensa legislatura pasada en la que el fallido intento de diálogo con ETA se convirtió, por desgracia para la sociedad española, en el principal caballo de batalla. Incluso el presidente de los populares, Mariano Rajoy, tendió su mano para recuperar el consenso "que un día se perdió", dijo. Ya es un avance que, ante lo que se perfila como una ofensiva en toda regla por parte de ETA, los partidos democráticos respondan con altura de miras y sin volver a caer en la trampa de llevar la lucha antiterrorista a la confrontación partidista diaria.

El atentado se produce seis días antes de la visita del lendakari, Juan José Ibarretxe, a la Moncloa, en la que vuelve a buscar la imposible complicidad del Gobierno español en su descabellado proyecto soberanista. Resulta hoy especialmente rechazable que el presidente vasco pretenda llevar adelante sus planes sin que la actividad asesina de ETA los condicione. El lendakari busca una salida. Está en su derecho de hacerlo, pero no es admisible que olvide que el primer problema de su país es la violencia etarra. Y lo demás son "tonterías", como ayer calificó la pretendida consulta de Ibarrexte el presidente de la Junta, Fernández Vara.