Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

No deja de ser una pena que tengamos que despedir el año felicitándonos del acierto de nuestras fuerzas policiales por haber encontrado, con antelación suficiente, unas bombas destinadas a sembrar el terror y la muerte. Sin duda que la mejoría en este campo de nuestros cuerpos de seguridad ha sido muy notable, funcionando la información y la prevención. No es un oficio cualquiera el de estos funcionarios públicos, sus riesgos son evidentes y nuestro reconocimiento debe de ser profundo y efusivo.

Aun siendo mucha la eficacia policial, eje básico para vencer al terrorismo de ETA junto con la tenacidad y la perseverancia, no por ello debe sorprendernos el día, ojalá que no llegue, que un atentado se materialice, con su cortejo de sufrimiento y de dolor. El discurso deberá seguir siendo el mismo. Con muertos o sin muertos, ETA no debe jugar ningún papel político. Ninguno, absolutamente ninguno.

Es cierto que el terror etarra abortó el debate político en las zonas que tiene influencia. Pero sería un despropósito político, injusto e hiriente, el buscar la normalización de la situación mediante un diálogo directo o indirecto con los etarras y sus adláteres. Por eso importa, importa mucho en purismo democrático, que aquéllos que insinúan en genérico aperturas y diálogos, especifiquen muy bien con quién, para evitar equívoco alguno en la ciudadanía.

Igualmente, no se puede ligar la legitimidad o ilegitimidad de una propuesta política en función de las dificultades de su debate. La mayor está siempre en el ordenamiento legal. Así, por ejemplo, el plan secesionista de Ibarretxe, es ilícito en sí, con ETA o sin ETA, porque vulnera claramente la Constitución. Sobre la legitimidad de plantearlo, caben dudas. Pienso que no debemos tener miedo a las palabras ni siquiera a las pretensiones perversas, siempre que todo el ordenamiento jurídico sea escrupulosamente respetado. Lo aprobado por las Cortes Generales, aprobado está; otra cuestión es que sea compartido por toda o una parte de la ciudadanía. Las leyes pueden cambiarse, y de esto, entre otras muchas cosas, tratan las elecciones.

Hoy por hoy, son las Cortes Españolas, el Congreso y el Senado, quienes tienen la última palabra de cualquier plan o modificación de estatutos, y una vez que se han pronunciado, no existe otra posibilidad que acatar su decisión. Son, por cierto, la representación de la soberanía del pueblo y para cualquiera que se proclame demócrata esto debiera tener el máximo valor.

A pesar del terrorismo y por muy agnóstico que uno sea y profundo el laicismo que profese, no puede substraerse en esta fechas de las efemérides que celebramos. Y aunque la Nochebuena sigue siendo, como bellamente decía Juan Ramón Jiménez "noche buena de las felices" y sean, desgraciadamente, legión los que sufren y muchas la causas de su dolor, no por ello renuncio, desde la orilla del no creyente a recordar, con mucho respeto y más admiración, la figura del Niño de Belén.

Poco importa que en nuestro cómputo actual hayamos errado década arriba, década abajo, y que en vez de invierno fuese otra estación del año. Lo importante es que se hizo a sí mismo, desde un origen muy humilde, que afirmaba que todos los hombres eran iguales, que lo verdaderamente meritorio era amar a los enemigos.

A pesar de las bombas creamos en el futuro. Busquen la felicidad, es una obligación, no una devoción.

... Belén, Belén, campanas de Belén...

Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.