La organización terrorista ETA pudo causar ayer una matanza de incalculables proporciones al hacer estallar un coche bomba en el aparcamiento del campus de la Universidad de Navarra, precisamente junto al edificio central, uno de los más emblemáticos y también concurridos de la institución. La zona no había sido acordonada porque el aviso de los etarras se produjo en una llamada a los servicios de urgencia de Alava en la que ni siquiera se especificaba que el coche bomba había sido colocado en Pamplona. Que solo se registraran una veintena de heridos leves, la mayoría con cortes por vidrios o con problemas de oído por el estruendo de la explosión, es, por tanto, una suerte infinita.

Ante tal brutalidad solo cabe lo de siempre: una nueva condena --democráticamente necesaria por más que resulte repetitiva--, la solidaridad de toda la sociedad democrática con las víctimas y la llamada a la unidad de los partidos políticos y de la sociedad civil frente a esta nueva muestra de barbarie en la tantas veces castigada Navarra por el terrorismo etarra.

A nadie se le puede escapar que el atentado se ha producido apenas dos días después de que las fuerzas de seguridad del Estado desmantelaran lo que parecía la incipiente, pero ya bien pertrechada de armas y explosivos, organización de un comando en la comunidad foral, lo que indica que la banda puede estar débil, pero mantiene su capacidad mortífera. Ahora bien, a la creciente eficacia policial se une en la batalla contra el terrorismo un clima político y mediático muy diferente al que padecieron los españoles durante la anterior legislatura. Qué duda cabe que en estas condiciones es más fácil aislar a los sectores que todavía defienden o no condenan la violencia. Tan importante como que la Policía Nacional, la Guardia Civil y la policía autónoma vasca hagan su trabajo con la eficacia que están demostrando es que la actividad etarra no se convierta en arma arrojadiza entre los demócratas. Las reacciones después del atentado de ayer fueron las correctas, con la excepción de la impropiamente llamada izquierda aberzale, que no condenó los hechos, según el manual de comportamiento habitual.

La circunstancia de que la crisis económica se haya convertido en el asunto estrella de la pugna política ha dejado, por fortuna, en un segundo término la cuestión etarra, lo cual perjudica claramente los fines de los terroristas, cuyo anhelo es estar permanentemente en candelero y ocupar un lugar preeminente en las preocupaciones de los ciudadanos cuando son consultados por los encuestadores. La moderación de los medios de comunicación, salvo excepciones, en el tratamiento de las noticias sobre los etarras es también una mala noticia para la banda. Que la bomba haya sido colocada en una universidad del Opus Dei y que el atentado se produzca en Navarra, donde existe un conflicto entre UPN y el PP, son circunstancias que no vale la pena ni siquiera entrar a analizar, pues la cuestión de fondo no puede ser más que una: el fanatismo de quienes están empañados desde hace 40 años en hacer perdurar un anacronismo político en una sociedad moderna y democrática como es ETA.