En algunas ocasiones escuchamos que "los códigos éticos no sirven para nada". Algunas veces esta afirmación es hecha por el profesional del periodismo, e incluso por parte de algunos docentes hacia los futuros trabajadores de los medios de comunicación. Lejos de hacer un favor al periodismo este derrotismo crea desconfianza y de ella abusan esos mismos a quienes les conviene sembrar dicha desconfianza para tener la disculpa cuando sean ellos mismos quienes no respeten las pautas y recomendaciones de los distintos códigos que se han elaborado a lo largo de la historia de los medios de comunicación. Lo que deben hacer aquellos que se llaman a sí mismos profesionales es practicarlos y con ello contribuir a eliminar ese discurso reiterativo que niega cualquier eficacia y utilidad de dichos códigos. De esta manera ganaremos todos, los que tenemos el derecho a recibir la información y aquellos que tienen que trasladarla y que tienen la obligación de hacerlo con los principios de esta gran profesión que muchos se empeñan en denostar. Naturalmente, si como dicen estos profesionales no sirven para nada, no tiene sentido conocerlos y de ese modo ni se discuten, ni se adaptan a los nuevos tiempos y formas, ni se hace hincapié en ellos ante las nuevas generaciones. ¿Qué ocurriría si opinásemos lo mismo de los códigos de circulación o de los códigos deontológico de la clase médica? Pues en el primero de los casos nos iríamos saltando los semáforos, atropellando a la gente en los pasos de peatones, no haríamos caso a la señal del agente de tráfico etcétera. Y en el segundo, y mucho más grave, esos profesionales de la medicina al saltarse los códigos deontológico jugarían con nuestras vidas a su antojo y nuestras patologías serían aireadas sin ningún pudor. Y si bien es cierto que en todos sitios cuecen habas no suele manifestarse que dichos códigos no sirven para nada y unos y otros sabemos que tenemos la obligación de respetarlos.

Quienes afirman la inutilidad de los códigos éticos en el periodismo en realidad no están manifestando una opinión, sino defendiendo un interés que se descalifica a sí mismo: el interés suyo de que las cosas no cambien y puedan seguir actuando en un contexto de total impunidad, sin tener que ajustarse a reglas u obligaciones éticas de ningún tipo. Lo peor de la actuación de algunos profesionales es tener que recurrir a la justicia para que sea la que dilucide la actuación de quienes se empeñan en difamar faltando a la verdad sin más intención que la de atacar a quienes no se ajustan a la ideología de su línea editorial. Por fortuna, en la gran mayoría de los casos se obliga a estos periodistas a rectificar y recientemente estamos observando algunos casos de periodistas de conocido renombre precisamente por el flaco favor que hacen a dicha profesión con las malas prácticas que utilizan. Y no solo perjudican a la profesión en sí, sino que ponen en tela de juicio la credibilidad de las instituciones y a quienes están al frente de ellas.

Lo que está claro es que una cosa es que los códigos según ellos no sirvan para nada y otra muy diferente que no se tenga conciencia ética, porque carecen de ella y porque no creen que el buen periodismo sea compatible con los buenos negocios, y a la hora de valorarlo no puede perderse de vista que los medios de comunicación, a través de las imágenes, percepciones y visiones que proporcionan del mundo, son los encargados de forjar e incidir en las distintas maneras que tenemos de entender y resolver los problemas más agudos por los que atraviesan nuestras sociedades.

Por desgracia, esta profesión se convierte en manos de quienes no respetan sus normas en una fuente de mensajes agresivos, falsos y engañosos que causan un perjuicio injustificado. Las empresas de comunicación no deben tratarse como si fuesen fábricas de zapatos o ventas de cigarrillo, aunque mucho de lo que vendan infecte y contamine el ambiente, como afirmó Abraham Moles tempranamente. Asumir que no todo es negocio, entender que un buen periodismo requiere de los más altos estándares profesionales en sociedades como las nuestras en donde la credibilidad de las instituciones y de los líderes políticos está de baja, la ética se ha convertido en un referente ineludible al que los ciudadanos debemos apelar por su enorme importancia a la hora de informar en base a los principios fundamentales que un periodista que se precie debe practicar y entre ellos el respeto a la verdad y la honestidad se hace necesario para distinguir a la persona que da una opinión de aquel otro que ejerce como profesional.

*Licenciada en Comunicación Audiovisual