Mañana jueves se celebra, como cada año, el Día Mundial de la Filosofía. Fue una fecha establecida por la UNESCO con el fin, entre otros, de “subrayar la importancia de la generalización de la enseñanza filosófica para las generaciones futuras”. Se comenzó a celebrar en 2005. Así que llevamos quince años ya. Y la mayoría de ellos dedicados a convencer al gobierno de turno de que no borre a la Filosofía del currículo educativo.

Para más inri, este mismo jueves se vuelve a debatir en el Congreso si debe o no debe haber una materia de filosofía ética en la educación obligatoria. La ministra Celáa sigue obcecada en saltarse el acuerdo unánime del Parlamento (que votó recuperar las materias de filosofía suprimidas por el infausto Wert) y seguir prescindiendo de la ética. Nosotros, los estudiantes, y la mayoría de los partidos (incluyendo sectores muy destacados del PSOE), defendemos que esas dos escasas horas semanales dedicadas al análisis filosófico de los problemas éticos, e impartidas durante el último curso de la secundaria, son fundamentales para el alumnado.

Así que ya ven. Legislatura tras legislatura, ministerio tras ministerio, hay que volver a explicar a los políticos lo necesario de la formación ética y filosófica, lo bueno de mostrar a los alumnos que el rey (las ideas dominantes, la cultura, la ciencia, el régimen, el imaginario común) está desnudo, lo oportuno de adquirir el hábito del diálogo y el pensamiento riguroso sobre asuntos trascendentales, lo interesante de conocer, analizar y cuestionar las ideas que nos amueblan la cabeza. Y, sobre todo, lo conveniente de desarrollar en los jóvenes la competencia para formular sus propios juicios morales y políticos, e inmunizarlos, así, contra virus más peligrosos y descontrolados que el del COVID-19: los de la demagogia, la manipulación y el adoctrinamiento.

Nuestros actuales gobernantes, aquí, en Extremadura, lo entendieron perfectamente. Si se parte de la idea de que todo se arregla, fundamentalmente, con educación, no se puede, a la vez, mantener a machamartillo la concepción tecnocrática y neoliberal de la misma que, tras el eufemismo de la “modernización educativa”, viene erosionando nuestra sociedad desde hace más de treinta años.

No se puede ir por ahí diciendo que la clave para acabar con la corrupción, el machismo, la violencia, la insolidaridad, el fanatismo, el fascismo y mil cosas más, es la educación, y luego obsesionarse con reducirla a instrucción profesional, formación científico-técnica para salir bien parado en los informes internacionales y, a lo sumo, y como detalle decorativo, una hora de formación en valores constitucionales impartida por el primer profesor que la necesite para cuadrar su horario laboral.

Yo no sé si alguna vez lo han pensado, ¿pero de verdad confía alguien en convertir a nuestros jóvenes en ciudadanos y personas lúcidas, críticas, libres, comprometidas y justas, enseñándoles únicamente trigonometría, los ríos de España, o la estructura del sintagma nominal (con todos los respetos para estos conocimientos), más una hora a la semana, en algún curso perdido, de Derechos Humanos?

La educación es otra cosa. Y poco tiene esto que ver con organizarla en materias o en “ámbitos competenciales”, usar más o menos tecnología, o reconvertir a los profesores en innovadores coaches para el entrepreneurship. Educar personas consiste fundamentalmente en invitarlas a un proceso honesto, crítico y coparticipado de convicción mutua. Sin convicción el aprendizaje es nulo. Y sin argumentación la convicción no existe. ¿Quieren educar a animales racionales? Razonen con ellos, hasta el fondo, esto es, hasta los fundamentos filosóficos de cada idea, ciencia, valor, deseo, emoción o acción moral. Penetren de filosofía la educación. Enseñen a la gente a analizar racionalmente su conducta. Atrévanse a dejar que los alumnos piensen y valoren por sí mismos. Una sociedad libre, cohesionada y justa - si es eso lo que de verdad se pretende - solo se puede construir desde el estímulo temprano y constante del pensamiento autónomo, el análisis crítico, y el diálogo incesante con los demás. Es decir: desde la filosofía y esa versión “práctica” suya que es la ética.

Ahora, que sea yo quién diga todo esto está feo. Piénsenlo ustedes. Filosofen sobre la necesidad o no de enseñar a filosofar a los jóvenes. Y, por favor, explíquenselo después a los políticos.