Dramaturgo

Tengo un amigo que llama al sorteo de mañana día 22 de diciembre, El flaco de Navidad porque sostiene la teoría de que con los premios en euros, la cosa no es lo mismo, como no será lo mismo el estribillo cantando por lo niños de San Ildefonso. El euro se está pareciendo cada vez más a una sanguijuela dorada que una vez que se instala en la cartera te chupa la sangre. Tener euros no es lo mismo que tener pesetas. Antes, cuando la pela era la pela, uno tenía pesetas y era alguien, ahora, cuando la pela lleva un año enterrada, te dice un amigo que tiene euros y en lugar de pensar que puede tratarse de un millonario, nos ponemos a convertir cifras en la cabeza y tardamos una hora en decir aquello de: "¡Tío estás forrao!", si es que le decimos algo.

A este paso, que se parece al paso de la oca por lo de germánico, frío y gris que tiene, el paso europeo, las Navidades irán perdiendo ese saborcillo entre postguerra y serrín que es el que de verdad nos gusta a los españoles. Somos el país que inventó lo de: "...y nosotros nos iremos y no volveremos más", que cantando ante una botella de Anís del Mono, con un plato de polvorones, un brasero de picón y una zambomba de barro, daban a la Navidad su esencia ibérica. Nada más lejos de ese esencia, que el árbol yanqui del Rockefeller Center, la risa estúpida de tal "Santa" o el insípido "Merry" de las iglesias baptistas y los aburridos patinadores daneses. Pero estamos a punto de dejar atrás esos placeres, esas esencias, y empezamos este año cantando de euros la lotería. ¿Qué ocurrirá con los peces Esos que beben y vuelven a beber como a Europa se le ocurra hacer una ley sobre el alcohol en Nochebuena?