La cumbre europea de Bruselas con la que acabó el semestre de presidencia francesa terminó con tres acuerdos --clima, tratado de Lisboa y crisis financiera-- que permitieron al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, lanzar las campanas al vuelo, como es habitual en estos casos, pero que suscitaron la decepción de los más eurófilos, una velada satisfacción en los euroescépticos y una cautela generalizada en la ponderación de lo acordado, quizá porque se esperaba algo peor.

El voluntarismo del presidente francés volvió a escena para proclamar el carácter "histórico" de lo pactado e incitar al nuevo presidente de EEUU, Barack Obama, a unirse a la Unión Europea para dirigir el esfuerzo global que supuestamente debe salvar al planeta de la destrucción. Pero un somero análisis de los acuerdos invita a la prudencia.

El objetivo de reducir las emisiones contaminantes en el 20 por ciento fue demorado hasta el año 2020, y se añadieron tantas excepciones para los países del este de Europa, e incluso para las industrias de Alemania e Italia, que el frágil compromiso refleja una reducción drástica de las ambiciones en aras del consenso.

La decisión irlandesa de que se repita el referendo sobre el tratado de Lisboa fue rebajada por tantas concesiones, incluida la de un comisario por Estado miembro, que cabe preguntarse si la cohesión y la dinámica federalista no han sido sacrificadas una vez más ante las exigencias exorbitantes de uno de los países más beneficiados por la integración.

Al laberinto de las exenciones y de los privilegios de muchos países, incluso al margen de lo que es la eurozona, se añade ahora la gravosa estructura de 27 comisarios y la plétora burocrática que tanto censuran los más recalcitrantes adversarios del centralismo de Bruselas.

La ansiedad ante la actual crisis estuvo presente en la cumbre con la ratificación de un acuerdo para inyectar 200.000 millones de euros en el sistema crediticio, pero suscitó numerosas críticas por la dificultad para coordinar las políticas económicas y cerrar el paso al proteccionismo.

La trepidante actividad del presidente francés, Nicolás Sarkozy, puso de relieve la necesidad de que la Unión Europea se dote de instituciones fuertes para actuar en la escena mundial con una sola voz y un poder económico sin parangón.

Pero la UE no podrá alcanzar sus objetivos si los que imponen el ritmo son los mismos que pretenden frenar la integración política, mientras los europeístas lamentan la lentitud exasperante del proceso que debe conducir a la federación.