No le quitemos importancia al incidente sucedido entre Alemania e Italia que han creado Berlusconi y su subsecretario de Turismo. Cuando un país importante tiene a un personaje impresentable como jefe de Gobierno, siempre se corren riesgos. Cuando, además, ese dirigente asume por turno la presidencia temporal de la Unión Europea, los problemas son seguros.

Esta no es una simple crisis turística que se ha producido entre dos países. Lo que emerge tras este problema es la extrema debilidad actual de la Unión Europea, carente de grandes líderes y de mecanismos capaces de resolver hasta este tipo de incidencias menores. Desde la llegada del euro, una gran baza económica, la Unión Europea, vive encallada por cierta sensación de inseguridad ante la ampliación y por la incapacidad de diseñar futuros pasos concretos que tengan signo político.

Si Bush y EEUU recelaban de que en Europa pudiese cristalizar una mayor cohesión política, deben sentirse aliviados. El papel de Blair y Aznar quebrando la unidad durante la crisis de Irak, y la eficacia de Berlusconi al agredir la sintonía entre Alemania e Italia, definen perfectamente nuestra baja forma. Es desde dentro que se cuartea la ilusión de una Unión Europea compacta e independiente.