El azar escogió el Día de Europa para que los gobiernos del euro se decidieran por fin a dar una respuesta masiva a los ataques especulativos contra su moneda. Al precio de abandonar dos de los grandes principios de la unión monetaria. Era la gran hora. Desde que empezó la crisis griega, los gobiernos europeos habían hecho demasiado poco y demasiado tarde. Sin un marco jurídico adecuado para actuar, y ante las reticencias de Angela Merkel a llegar a una solución efectiva antes de sus elecciones regionales, tres meses de reuniones, gesticulaciones, promesas y falsas seguridades solo sirvieron para alimentar la especulación. Los gobiernos han estado jugando al póquer con los mercados, creyendo que un consenso político de fachada bastaba para calmarlos y que no sería necesario aplicar las ayudas que se prometían. Así, han dilapidado su credibilidad y trasladado el problema de un país a otro. Cuando por fin se concretó un plan a la altura de las necesidades inmediatas de Grecia, los mercados dudaron del rigor que debía aplicar Atenas y se inició el contagio a otros países con elevado endeudamiento público y privado. Y lo que en principio era un problema griego se convirtió en una crisis de la zona euro con repercusiones mundiales. Al final --a la fuerza ahorcan--, antes de que las bolsas abrieran este lunes, los países del euro llamaban a la movilización general y aceptaban utilizar el artículo 122 del Tratado de Lisboa, que permite ayudar a un país ante circunstancias excepcionales que escapan a su control.

XELLO IMPLICAx una verdadera transformación de la organización y funcionamiento de la zona euro. Los que durante mucho tiempo veníamos diciendo que el euro no soportaría una crisis generalizada si solo se apoyaba sobre su pie monetario, que la coordinación de las políticas económicas no podía limitarse a una simplona policía del déficit público y que era necesario avanzar en el gobierno económico de la zona euro, esperamos que ese acuerdo sea el primer paso en esa dirección.

De momento se trata de una medicina de choque, tomada con la espalda contra la pared, que no aborda las soluciones a los problemas estructurales de la zona euro que la crisis ha evidenciado. Tampoco se podía esperar que así fuera en la precipitación del largo fin de semana. Pero los gobiernos han tomado la medida dada la gravedad de la crisis y han decidido acabar de facto con la cláusula de no rescate que impedía ayudar a un país en dificultad, que había sido introducida precisamente para evitar que los estados utilizasen el escudo del euro para aplicar políticas presupuestarias laxistas.

El fondo europeo de estabilización, que puede llegar a 750.000 millones, es, al margen de su elevada cuantía, la clase de solución que la Comisión Europea propuso en marzo con el apoyo francés y que Alemania rechazó. Bajo la presión de los mercados, y mientras se abrían las urnas en Renania del Norte, Merkel ha tenido que acabar aceptando el fin de uno de los dos grandes principios con los que se concibió el euro.

El otro principio supuestamente inquebrantable que se sacrifica a las circunstancias es el de la intervención directa del BCE en los mercados de deuda pública y privada en la zona euro. Después de haberlo rechazado rotundamente la víspera, Trichet ha aceptado comprar deuda pública, lo que equivale a financiar a los estados. No de forma directa, sino recomprándola en los mercados secundarios, que es lo que el tratado le permite. Pero la puerta está abierta a la tan temida monetización de la deuda y de paso se da un alivio extraordinario a los bancos que pedían de rodillas que se les desembarazara de la carga de activos que ya no podían mantener.

Ese cambio radical de actitud era impensable hace seis meses. En noviembre, el miembro alemán del directorio del BCE decía que sería muy negativo para su credibilidad e independencia. Trichet también había tenido que cambiar su criterio y aceptar como garantía deuda griega a pesar de que su calificación había sido rebajada por debajo del límite considerado admisible. Y en Davos consideraba una "humillación" que el FMI interviniese en la solución de la crisis griega. Bueno es que las instituciones muestren la flexibilidad necesaria para hacer frente a una situación limite. Pero si la hubiesen ejercido antes, seguramente las cosas no se habrían puesto tan feas.

La crisis ha mostrado también la debilidad del liderazgo en la UE. Los acuerdos franco-alemanes son necesarios, pero cada vez más difíciles y no suficientes. La Comisión ha perdido capacidad de iniciativa y los acuerdos entre gobiernos no la han compensado. Muchos problemas subsisten. Los países del euro no tienen los 500.000 millones que deben aportar, tendrán que pedirlos prestados a los mercados que tratan de tranquilizar con la reducción del déficit público. Esa reducción puede ser socialmente insoportable y económicamente contraproducente porque puede dificultar el crecimiento, sin el cual no es posible la reducción del déficit. Pero más vale que se haya decidido plantar cara a la especulación con más unidad y decisión que en anteriores ocasiones.

*Presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia.