WLwa conmoción por el no francés está desembocando en un pesimismo generalizado dentro de la Unión. Es la crisis más aguda desde que se firmó el Tratado de Roma y nació la CE. Y aunque sobre el papel ese rechazo de Francia ni tiene por qué arrastrar a toda Europa ni impide la aprobación final del texto constitucional, la pretensión de que el proceso de ratificación siga como si nada hubiera ocurrido es poco realista. Además, mañana podemos tener efecto dominó en el referendo holandés.

Vienen problemas. El no francés frenará la ampliación y complicará la inminente discusión del presupuesto de la UE para el 2007-2013, que ya se anunciaba de por sí borrascosa. Será una primera oportunidad para ver si Alemania, Francia y Gran Bretaña son capaces de pactar un compromiso mínimamente esperanzador cara al futuro. Francia ha votado dividida por los mismos motivos que inquietan al resto de Europa: parón económico, tensiones sociales, desconfianza respecto de los políticos, temor ante la globalización y recelo a perder lo que hasta ahora era su identidad por la rápida ampliación al Este. Hay miedo a que la Constitución no encare debidamente esas cuestiones. España, no lo olvidemos, ya votó con mucho recelo.