Ha empezado a librarse en Bruselas una curiosa batalla. Europa se enfrenta a Europa, su historia y, sobre todo, su futuro. No es la primera vez que sucede esto. Los europeos mantienen una larga contienda en su fuero interno y, por ello, no es un contrasentido decir que el mayor enemigo de Europa es ella misma. La Unión Europea, el intento más ambicioso de organización política por encima del estado acometido hasta la fecha, alberga en su seno el cúmulo de buenos propósitos y contradicciones que en el pasado se han dado cita sobre el territorio del viejo continente. Siguiendo la tradición, el Consejo Europeo celebrado este fin de semana servirá para calibrar el momento actual del proyecto europeo.

La inquietud que ha rodeado tanto el ambiente previo como el desarrollo de las sesiones de la cumbre es inocultable. Los jefes de estado y de gobierno de los 27 han llegado a la capital belga con la Unión en punto muerto y el temor de que algunos de los reunidos accionen la marcha atrás. Cuatro años después del referéndum del Brexit continúan las negociaciones para la salida del Reino Unido. En la geopolítica interna, se constata la existencia de un norte, un sur y un este nítidamente diferenciados. El proceso de integración no avanza, entre los desplantes de Hungría y Polonia, la derecha radical subida al 20% del voto y el escepticismo general. Los observadores detectan tendencias nada favorables, unos hacia la tribalización, como la politóloga danesa Marlene Wind, otros hacia la desglobalización, como apunta Ivan Krastev, y todos subrayan que la identificación de los ciudadanos europeos con Europa ha palidecido en los últimos años. La esperanza en el liderazgo de Ángela Merkel se desvanece ante su retirada y la Unión, más allá de declaraciones vagas, aún no ha reaccionado como tal a la pandemia, mostrando así su limitada capacidad para responder a todas las demandas, particularmente en coyunturas de crisis.

Fomentar la cohesión económica y social es un objetivo prioritario de la Unión y el valor de la solidaridad uno de sus fundamentos, proclamados ambos en los primeros artículos de su tratado constitutivo. España necesita ayuda y, por tanto, lo que cabe esperar es que la reciba de Europa. El gobierno español está cargado de razón para reclamarla y que se le preste lo más rápidamente posible, pues la situación es apremiante y nuestra recuperación depende directamente de ella. Pero también es razonable que a cambio España asuma compromisos claros y firmes, que posteriormente sean evaluados por los socios europeos. La actitud de algunos gobiernos es síntoma de una profunda desconfianza hacia España y su gobierno, que debería hacernos reflexionar. En primer lugar, al ejecutivo de Pedro Sánchez, por no haber realizado el suficiente esfuerzo para presentarse en Bruselas con un respaldo político más amplio. Su incomunicación con el PP produce un efecto disuasorio que podrían haber evitado ambos concertando su actuación para obtener y administrar con autonomía la ayuda financiera que es objeto de discusión. Las revelaciones de Pablo Casado a los líderes del Partido Popular Europeo que se han conocido dejan a España políticamente en mal lugar en las negociaciones.

QUIZÁ los españoles no hayamos comprendido bien qué es y a qué se debe la Unión Europea. Es lógico, ya que durante décadas no compartimos la historia de los países centrales y luego nadie nos ha ofrecido la necesaria explicación de lo que significa Europa, ser europeo y pertenecer a la Unión. En este punto, como en tantos otros, nuestra democracia acusa una clamorosa falta de pedagogía política desde que se agotara su impulso inicial. La Unión no fallará en esta ocasión porque no puede permitirse acabar en fracaso cuando el mundo parece estar concentrándose en Oriente, y los españoles tendremos que aprender a no confundirla con una ventanilla de reparto, entender que no es una hermandad altruista, sino una especie de confederación de estados con poderosos intereses dispares en permanente tensión. La cumbre de Bruselas proyecta una versión en crudo de Europa. La Unión es un invento político extraordinariamente sofisticado, que se asienta en nuestros valores primordiales y resulta muy útil aunque este no sea el momento de su máximo esplendor. Europa es ya inimaginable sin las instituciones de la Unión. Pero es hora de que España corrija la visión corta de miras e ingenua que con frecuencia han cultivado interesadamente nuestros dirigentes políticos y establezca con ella una relación adulta.

* Sociólogo y politólogo