Diputado del PSC por Barcelona

Según las encuestas, los europeos están mayoritariamente en contra de un ataque a Irak. En Alemania y Francia más del 80% rechazan la guerra con o sin aval de la ONU. Dos tercios de los checos están en contra a pesar de que su presidente, Vaclav Havel, esté a favor. Incluso en Polonia, el país más proamericano del mundo después de Israel, el rechazo supera el 7O%. En Italia, ante el clamor de la opinión pública, Silvio Berlusconi tiene que matizar su apoyo a EEUU. En el Reino Unido el 6O% opina que la guerra no está justificada y Tony Blair se enfrenta a una fuerte oposición en el seno de su partido.

Los europeos están en contra de la guerra porque no creen que la amenaza de Sadam Hussein sea suficiente para justificarla ni consideran que el peligro para su seguridad sea evidente ni inmediato.

Preferirían, sin duda, que el régimen de Bagdad no existiese, pero las acusaciones no probadas de que posee armas de destrucción masiva no son suficientes para legitimar una guerra. Temen que el remedio sea peor que la enfermedad, aumente el sentimiento antioccidental del mundo árabe, dé fuerza al terrorismo de raíz islámica y provoque una crisis económica.

Más aun, las encuestas reflejan que los europeos, británicos incluidos, creen que las justificaciones americanas no son sino excusas que ocultan sus verdaderos motivos. Los que opinan que el verdadero objetivo es el control del petróleo iraquí son más que los que creen que de verdad se trata de neutralizar un arsenal peligroso para occidente.

¿Cuáles son la pruebas de la existencia de esas armas o de los vínculos del régimen iraquí con un Bin Laden del que George Bush no ha vuelto a hablar? Los inspectores de la ONU no las han encontrado y si Bush y Blair dicen tener pruebas de su existencia tratan a los europeos como niños al pedir que les crean sin explicárselas.

La resolución 1441 de la ONU, aprobada gracias a la presión europea, impone a Hussein probar que ha desmantelado su supuesto arsenal, pero la opinión de los europeos es que la carga de la prueba corresponde al que acusa. Y hasta el propio Javier Solana, mister Pesc, nada sospechoso de antiamericanismo, afirmaba recientemente que sin pruebas sería difícil iniciar una guerra contra Irak.

El rechazo de los europeos se alimenta también de la incoherente actitud de EEUU frente a los distintos componentes del eje del mal. Irak niega tener armas de destrucción masiva y acepta a los inspectores de la ONU.

Corea, en cambio, reivindica su capacidad nuclear y expulsa a los inspectores.

Pero EEUU cree que el problema de Corea puede ser resuelto diplomáticamente y que el de Irak exige inevitablemente una intervención militar.

La paradoja es sólo aparente. Corea tiene una probada capacidad nuclear, química y biológica y un ejército de un millón de hombres. Japón está al alcance de sus misiles balísticos y Seúl a sólo 4O kilómetros de la frontera. Y además Corea no tiene ningún recurso cuyo control tenga interés.

A Irak se le puede atacar porque su potencial militar es mucho menor y su verdadera potencia es el petróleo. Una guerra más fácil con una rentabilidad mucho mayor explica claramente la prioridad del unilateralismo americano.

Pero aunque la guerra fuese corta, la influencia de Europa en Oriente Próximo se desvanecería, su abastecimiento de petróleo sería más dependiente de EEUU y aumentaría el riesgo de sufrir ataques suicidas. Si fuese larga y generase una recesión económica, el coste para la ya maltrecha economía europea sería enorme.

Naturalmente, a Bush le importa poco la opinión pública europea. Sólo le importaría si Europa estuviese políticamente unida. Pero está lamentablemente dividida en el Consejo de Seguridad entre la posición franco-alemana de Jacques Chirac y Gerard Schroder y la de Blair y Aznar.

Queda mucho por hacer para conseguir que la Europa que nació para resolver sus problemas internos pueda pesar en los asuntos del mundo.