La vida política nacional no puede convertirse en una campaña electoral permanente, donde al amparo de un electoralismo sobrevenido se dejen aparcados los asuntos importantes, donde se aproveche el mínimo resquicio para tratar de socavar los cimientos del contrario, donde se apliquen políticas partidistas al objeto de obtener algún tipo de rédito electoral o vaciar de contenido algunas campañas hasta convertirlas en un campo experimental de ensayo. Porque este tactismo de trazo grueso no conecta bien con el sentir de la gente y genera tedio, apatía y un cansancio que suele ser la antesala del abstencionismo o de una rebeldía descarnada, cuya reacción más inmediata es la desaprobación mediante un voto de castigo.

La convocatoria a las urnas para el Parlamento Europeo produce la misma emoción que una ceremonia laica, algo que necesita de otros aditamentos para despertar la devoción del electorado. El debate sobre el proyecto europeo no es que sea abstracto o indiferente, sino que carece de la mínima sintonía, eclipsado por un discurso que versa exclusivamente sobre aspectos de política doméstica, donde la temática se centra sobre los últimos avatares de la vida política nacional. Europa se ha convertido en algo etéreo, ajeno a las inquietudes de la ciudadanía, tal vez porque en los momentos claves no ha sabido estar a la altura de las circunstancias y dar una respuesta conjunta basada en la búsqueda de espacios comunes o de políticas concertadas, y cada país se ha convertido en una isla de autosuficiencia, en un bastión inexpugnable de unilateralidad segmentada.

XPARA QUE LAx idea de Europa crezca con pujanza es preciso asentar primero las bases y fijar después los pilares de una filosofía concertada que sirva como cuaderno de bitácora, crear en la ciudadanía la necesidad de pertenencia y de arraigo, contar con un liderazgo firme, eficaz y consolidado que haga de puente entre las diferentes sensibilidades, y además que algunos países asuman el papel de locomotora capaces de relanzar la marcha y dar un nuevo impulso al proceso.

Buena parte del actual desistimiento es consecuencia directa de una serie de ampliaciones precipitadas y voluntaristas, donde se abrieron de forma espontánea e imprudente las esclusas, permitiéndole la entrada a países que no cumplían con los requisitos mínimos exigidos, cuando aún no se había consolidado el proceso de adaptación de las incorporaciones anteriores, lo que ha provocado una especie de atragantamiento con el consiguiente riesgo de devaluación psicológica, y un desánimo surgido a raíz de haber creado una comunidad más compleja, menos manejable y de más difícil asimilación. También ha influido esa sensación de empantanamiento producida por la bostezante lentitud con la que se abordó el referéndum para la ratificación del Tratado de Lisboa, rechazada reiteradamente por algunos países.

Olvidamos fácilmente que de las competencias que tiene asumidas El Parlamento Europeo depende en buena medida el desarrollo de muchas de las políticas nacionales, basta mencionar alguna directivas aprobadas en los últimos tiempos como: la del retorno de los emigrantes, el intento de implantar la jornada semanal con un máximo de 65 horas, o el Plan Bolonia, junto a decisiones sobre la liberalización del mercado, derechos humanos o protección social.

Tampoco ayuda a consolidar la idea de Europa, esa deliberada frialdad que han mostrado los partidos a la hora de confeccionar las candidaturas, donde ha primado cualquier tipo de criterio menos el de la idoneidad. En algunos casos se han utilizado las listas como una forma de descarte de políticos fracasados, incómodos o con ideas propias. Lo primero que se le pasó por la cabeza a Silvio Berlusconi , fue el rodearse de un elenco de bellas mujeres a las que por arte de magia pretendía convertir en eméritas europarlamentarias, sin tener en cuenta que la construcción de Europa pasa porque los candidatos sean personas cualificadas, competentes y comprometidas con el proyecto.

En ese deseo insaciable por adivinar el futuro, cualquier excusa es buena y cualquier oportunidad válida para tratar de establecer paralelismos. Pero de ahí a pretender que los comicios europeos sean unas primarias dista mucho, ya que a parte del tiempo que media entre ambos procesos, los resultados no son extrapolables, porque unos se desarrollan en una circunscripción única a nivel nacional, y otros son de ámbito provincial, también porque el electorado se implica de una manera diferente según se trate de unas legislativas o de unas europeas.

La foto fija de unas elecciones al Parlamento Europeo tiene un valor relativo. Pero más que los resultados en sí mismo, lo que aquí importa son las tendencias y las expectativas, ya que mientras unos esperan que se produzca un punto de inflexión a partir del cual dar el gran salto hacia adelante, otros en cambio pretenden que la crisis pase de soslayo sin alterar lo más mínimo la fisonomía del cuerpo electoral. De ahí el énfasis que cada cual pone a la hora de hacerse entender, de llegar al electorado a través de mensajes y estrategias diferentes. Pero Las palabras han perdido el brillo y la carga semántica de la que eran portadoras, ya que la realidad se ha encargado de convertirlas en pólvora mojada.