Hemos dado más vueltas de las necesarias sabiendo que acabaríamos así. Hemos malgastado los años de bonanza regalados por la burbuja monetaria del euro y deberíamos haber empezado por aquí cuando las cosas comenzaron a torcerse. Seguimos perdiendo el tiempo, pero al menos Europa prosigue su largo y tortuoso camino hacia la unión económica y política.

La debilidad del euro ha comenzado a enmendarse. A la estrategia compartida de consolidación fiscal le seguirá la formulación de una política fiscal común y, finalmente, el diseño de una política económica europea. Porque nuestro problema ya no reside en la disciplina o el equilibrio presupuestario, ni siquiera en el reparto de sus costes. Esos ya sabemos que los tenemos y cómo resolverlos. Nuestro problema ahora es el crecimiento económico.

Europa avanza, pero no crece. Mejor antes que después, habremos de buscar la manera de crecer. Ninguna economía del mundo crea riqueza, bienestar y empleo a base de recortes, austeridad y encomiendas a la diosa de la confianza.

Que el Reino Unido se haya quedado fuera parece algo inevitable, casi un acto de justicia poética. Ya en Maastricht debieron haber decidido si de mayores querían ser europeos. Llevan 20 años eligiendo no decidir y haciendo negocio con su indecisión. La industria financiera británica vive de la debilidad del euro. Su negocio es una Europa débil y fragmentada llena de oportunidades para los tiburones. Un continente con un sistema financiero, fuerte y estable, supone su ruina.

Resulta más inquietante la bovina estrategia de España durante estas horas críticas. Al parecer, Gobierno y oposición han sabido coordinarse para ir a jurar ante nuestros socios que seremos buenos y nos vamos a portar mejor. Tanta coordinación, al servicio de nada.