Hace ya un montón de años, cuando soñamos con el avance de la integración europea después de la creación de la Fundación Europea Academia de Yuste, desde esta Extremadura del suroeste tan olvidada de los poderes centrales y del gran capital, nunca sospechamos que llegaríamos a esta situación tras el cacareado y mal hado 'Brexit' y el desprestigio, más o menos generalizado entre la ciudadanía, de la Unión Europea, o mejor dicho, de la deriva del gobierno de la UE tras --o en medio-- de la crisis bajo la influencia decisiva del ejecutivo alemán y su política austericida, y la de los jefes de Estado de gobiernos conservadores, que son en definitiva quien marcan el rumbo de Bruselas.

Ahora, consumado el desaguisado, la UE quiere abrir "una reflexión política" a la vista de que los europeos "expresan insatisfacción sobre el estado de las cosas", admiten los dirigentes. Reino Unido se va, pero el eurodesencanto permanece. Los líderes creen haber captado el mensaje ciudadano: "Mucha gente expresa insatisfacción con el actual estado de las cosas, sea en el ámbito europeo o nacional. Los europeos esperan que lo hagamos mejor en proveer seguridad, prosperidad y esperanza en un futuro mejor".

Ya. Puede que aún quede tiempo para enderezar el rumbo. Pero hay que darse prisa y utilizar otras herramientas para transmitir la idea de que es posible mantener el sueño europeo, aquel que nació tras el final de la II Guerra Mundial. Desde entonces han sucedido o precipitado, muchas cosas.

La mayor revolución registrada en el pasado siglo fue el de las comunicaciones, merced a la proliferación de los satélites que existen en la actualidad, gracias al avance tecnológico que supuso ir a la Luna; con internet, nuevos ordenadores, tabletas, teléfonos móviles, etc., que contribuyeron a que la Globalización se expandiera a velocidad supersónica. Cuando quisimos darnos cuenta, la economía financiera había sustituido a la productiva y la crisis nos cayó encima. Y algunos empezaron a culpar a la emigración.

EL PELIGRO de los nacionalismos es inmediato y no bastarán pronunciamientos espurios para frenarlos. En la era de la comunicación digital, de la comprobación directa de los efectos, reales o imaginados, verdaderos o mentirosos, a través de la Red, se necesita que la Política recobre su poder de convencimiento; por ende, las medidas tienen que ir encaminadas a la población de forma directa y no a las entidades financieras, las que dominan el mundo en la actualidad.

A largo plazo, el reto de una Europa diferente a la que contemplamos en estos momentos cruciales hay que considerarla, porque estamos ante un cambio civilizatorio por la avalancha de otras culturas. (¿Se han fijado en el equipo francés de fútbol, en sus distintas etnias?). Admitir --integrar-- al diferente. Para ellos, los diferentes somos nosotros. Tolerancia mutua. Atrás quedará una Europa que se definía por la cultura del cristianismo. ¿Qué fue de la civilización china, persa, egipcia, árabe, etc.? Ahora asistimos a un cambio lento pero constante, imparable.

Podemos asistir a la muerte de la idea de los fundadores de la Unión Europea, el sueño de la solidaridad legal, de la Europa Social, de una identidad comunitaria dentro de la diversidad cultural de cada nación. Pero para ello, aquello que se hizo mal desde el principio, no acometer la integración fiscal y política tras la unidad monetaria, debe realizarse de inmediato; los nacionalismos, esa lacra que condujo a las dos guerras mundiales del siglo XX, con el resultado de millones y millones de muertos, han resurgido con fuerza.

Mucho me temo que, en caso contrario, estemos diciendo adiós al sueño de una civilización europea, que permanecerá en los libros de Historia como las antiguas civilizaciones egipcia, china, maya, y un largo etcétera.