La falta de liderazgo en la solución de la crisis venezolana pone de relieve una vez más el problema interno de Europa. Las razones por la que los británicos votaron su salida de la Unión Europea siguen vivas. El marasmo de confusión que se vive en el continente no alienta a los británicos a revocar su veredicto. De ahí que sea impensable un nuevo referéndum, y, de producirse este, que el resultado sea distinto al primero. No nos engañemos, no va a haber un Bremain. El Reino Unido nunca se ha sentido a gusto en Europa. Su adhesión respondió a necesidades puntuales de la postguerra. Por eso renunció a la unión monetaria. El Brexit es la solución que una gran mayoría de británicos anhelan.

Tras este gran fiasco, puede pensarse que el motor de la europeidad, que era la idea que empujaba al viejo continente hacia un destino común de libertad y bienestar, se está gripando. A las puertas de unas nuevas elecciones al Parlamento Europeo, Europa parece descomponerse.

Nuestra unión se basa en la libre circulación de personas, capital y mercancías. La puesta en práctica de estos principios ha representado para Europa un gran periodo de crecimiento y bienestar. Pero en la actualidad los partidos y movimientos populistas no lo quieren entender así. A eso ayuda la etapa de crisis que estamos atravesando. Hoy, la principal característica del viejo continente es su declive económico. Estamos perdiendo nuestro sitio en el mundo. Ya somos casi irrelevantes en la toma de decisiones de los principales foros internacionales. Trump nos ningunea. Los centros de decisión se alejan de Europa. Francia e Italia andan a la greña por los chalecos amarillos. Y aquí parece que nadie se da cuenta de nuestros males, o al menos nadie levanta la voz para advertirlo.

La verdad es que se ha perdido la conciencia de solidaridad. Los burócratas europeos solo se preocupan del déficit. Las recetas económicas que se han impuesto no han sido populares. En un club de Estados es norma de buen uso asumir las obligaciones financieras, porque siempre las situaciones de quiebra se acaban pagando. Pero hay que hacerlo con tiento. La solución de la crisis griega es un ejemplo de ello. Europa actuó con frivolidad e irresponsabilidad. El resultado ha sido que los ciudadanos griegos han pagado muy caro este periodo de intervención. A las clases medias y populares no les vale de nada que ahora Juncker --el polémico Juncker-- haya pedido perdón. Se ha jugado no solo con el patrimonio de los griegos sino con sus sentimientos. Y, lo que es peor, con su orgullo.

Los euroescépticos están en ascenso porque se aprovechan de los fracasos de las políticas europeas. Y el ciudadano de a pie sigue viendo lejos a Europa. La falta de políticas sociales está produciendo desafección a la idea de una mayor integración.

La consumación del Brexit --y mucho más un Brexit duro-- va a plantear, amén de problemas económicos, otros muy importantes en el ámbito jurídico. El ordenamiento de la UE es unitario. No puede negociarse por separado entre los distintos países europeos con el Reino Unido. España en este punto está en una difícil situación. Tenemos muchos intereses comunes. Si no se llega a acuerdos sensatos, los daños pueden ser de gran alcance.

Europa solo ha sabido navegar con buen rumbo cuando su timón lo han manejado grandes líderes. Ahora parece que dominan los mediocres, que ante su incompetencia se ponen en manos de los tecnócratas. Se impone, pues, un cambio de rumbo.

Debemos avanzar hacia la Europa de los ciudadanos donde exista un auténtico gobierno continental con autonomía y capacidad para gestionar políticas avanzadas de cohesión social. Debemos hacer más cercanas y transparentes las instituciones europeas. En otras palabras, fomentar el espíritu de unión.

La salida del Reino Unido debe preocuparnos. Pero no alarmarnos. Desde el punto de vista económico y de residencia de las personas no se darán consecuencias irresolubles. Al final se alcanzarán tratados bilaterales que suavicen las consecuencias.

La ruptura de Europa no será fácil. De todas las crisis nacen oportunidades.

En estos momentos cruciales, España debe saber jugar sus bazas. Seguro que Gibraltar acabará estando más cerca.

El Brexit puede ser una mala noticia para Europa, pero seguro que es peor para el Reino Unido.