Languidece aquello que en el Tratado de Roma quiso ser el inicio de un nuevo Estado --macro-Estado-- para el viejo continente. Languidece Europa y su proyecto, a pesar de la moneda única, la incesante incorporación de nuevos miembros y la acertada disolución de las fronteras. Y agoniza Europa porque no hay voluntad de revivirla, de lanzarla hacia el futuro como saeta preñada de riesgos. Europa es entelequia, buena idea de concreción difícil, porque con Europa quería crearse un Estado Transnacional --que trascendiera, pues, a las actuales naciones que la conforman-- capaz de dar eficaz respuesta a los problemas globales de nuestro presente.

Pero los intereses particulares de los Estados-Nación europeos horadan el corazón de este proyecto, pudriéndolo desde el principio. Ya en los ochenta nos dimos cuenta los españoles de que al otro lado de los Pirineos había más hostilidad que amabilidad. François Mitterrand advirtió en Bruselas que España era un peligro para los agricultores del mediodía francés, y por eso quiso impedir la integración de una España recién estrenada en democracia pero inédita en Europa. Tras una acelerada reunión con Mitterrand, aquél Felipe González con hambre de Moncloas concluyó: "los socialistas franceses son antes franceses que socialistas". Y es verdad, por eso no triunfa el sueño europeo, porque los particularismos de las actuales naciones impiden el vuelo de un ave con plumaje difícil y alas cada vez más hueras.

XEUROPA HAx acabado convirtiéndose en excusa, o coartada, para la lucha electoral interna, para el pulso restauracional de un Sagasta en crisis y un Cánovas anodino. Sagasta-Zapatero se vuelca en la campaña de las elecciones europeas para evitar la sangría de votos que puede cosechar la pésima situación económica. Cánovas-Rajoy quiere pescar papeletas en el río revuelto de la crisis para preparar el próximo asalto a la Moncloa evitando, de paso, la descomposición de su mal cohesionado partido. Pero qué más da Europa, qué importa construir el sueño. Como siempre, las elecciones europeas se interpretan desde la pacata perspectiva de lo pequeño, lo nacional, lo doméstico.

Pero hay, creo, otra razón aún más importante para este adelantado naufragio de la onírica Europa. No sólo los particularismos nacionales --y no digamos ya los provincianos nacionalistas-- han gripado el motor continental, lo más grave de todo es que se ha quedado Europa sin sustancia política, se vacía la pretendida Europa democrática de democracia. Y sin ladrillos no puede haber edificio, sin combustible nada se mueve, sin viento naufraga la nave.

Europa está enferma porque sus democracias agonizan al faltarles autenticidad. Y el ejemplo más claro para ilustrar tal afirmación es nuestra propia España: aquejada de bipartidismo automatizado, sectarismo ideológico y corrupción sin freno. Que haya confusión de poderes y no separación; que los partidos sean cerradas estructuras ajenas al interés ciudadano; que la colusión de lo público y lo privado permita a muchos políticos ser juez y parte en la gestión de lucrativos negocios o en la adjudicación de millonarias subvenciones; que la escasa pluralidad mediática se traduzca en pensamiento único, de masas, sin matices, favorecedor de los sectarismos ideológicos que tan poco ayudan a rebajar la crispación de nuestro clima político; y que tan poco valga la ley, la justicia, la igualdad, la libertad, la solidaridad en un país atravesado por caciques, prevaricadores, nacionalistas decimonónicos y zotes con vitola de diputado. Que, en fin, la democracia se haya convertido en el coto privado de una élite cada vez más torpe y endiosada clama la necesidad de una regeneración urgente.

Sin regeneración democrática no habrá Europa, sin el retorno al individuo responsable de sus derechos y obligaciones, libre e igual a su vecino, solidario con él seguirá la Europa de los pueblos --sí, esa pacata Europa de provincianismo francés, alemán, italiano o español, tan egoísta y ensimismada-- embridando a la Europa de los ciudadanos libres, del individuo hacedor de su propio futuro que mira más allá de su ombligo, hacia el horizonte incierto y desafiante de un siglo XXI ya distinto.

Ortega dijo que Europa era un enjambre: muchas abejas y un solo vuelo. Pero hoy no hay miel democrática --sustancia primera y última de Europa-- en ese enjambre, y por eso languidece el sueño europeo en un bullicio de alas que no despegan del suelo, arañando sin tino el infinito cielo de la Historia.