La decoración de la cúpula realizada por Miquel Barceló en la sede ginebrina de la ONU proyecta la imagen de España en el exterior de la mano de un artista que goza de reconocimiento internacional. La elección del lugar --la bautizada como Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones-- y su significación admiten pocas dudas, con independencia de las ideologías. Asimismo, son franca minoría quienes aún creen que la inversión en arte en los espacios públicos no pasa de ser un lujo de difícil justificación. Pero todo ello no justifica la decisión del Gobierno de destinar 500.000 euros de los fondos de ayuda al desarrollo a cubrir una parte de los 20 millones que ha costado la obra, un dinero que según el ministro Moratinos está acorde con lo que, hasta la fecha, se han entendido como partidas destinadas a asistir directamente a los países con menos recursos. Y esos argumentos, además, empañan las estalactitas de Barceló con las sombras de la duda y de un dispendio excesivo.