No debieron celebrarse elecciones con una pandemia activa y más de cien brotes de covid-19, algunos en esas CCAA (el gallego, uno de los más graves). Y aún menos debieron celebrarse si cientos de personas se tenían que quedar sin votar por haber tenido la mala suerte de contagiarse. Pero estas son las cosas de la nueva/falsa normalidad, con las que al parecer la mayor parte de la ciudadanía está dispuesta a tragar apurando el cáliz hasta las heces.

Avalada por casi todos los actores políticos la imprudencia de celebrarlas, y sabiendo que no habría cambios significativos, cabía la curiosidad de comprobar si alteraban matices en los equilibrios de poder. Matices importantes, porque Euskadi, por ejemplo, está en el centro de los debates nacionales que condenan a España a una inestabilidad política crónica.

El principal matiz —absolutamente previsible—, es que el nacionalismo ha arrasado. En Euskadi sale reforzado el PNV y en Galicia se consagra lo que yo llamo «nacionalismo orgánico» de Feijóo. Es políticamente incorrecto, pero para ganar unas elecciones autonómicas en la España actual es necesario ser nacionalista, independientemente del partido en el que se milite. Lo cual genera, al hacer política nacional, contradicciones y desequilibrios irresolubles que incrementan cada vez más los poderes periféricos y, por tanto, debilitan el Estado español.

Lo que le pasó a la izquierda el domingo es lo que cualquiera que sepa algo de política podía prever fácilmente: cuando se pretende copiar al original, el original siempre gana. Podemos se fundó en 2014 como partido nacionalista, puesto que en su programa apostaba por un Estado confederal donde cada región podría ejercer el derecho de autodeterminación y convertirse en un Estado. El PSOE ganó la moción de censura de 2018 con el apoyo de UP y formaciones nacionalistas, gobernando hoy con esos mismos cimientos: es un aval (a veces simbólico y otras por omisión o por vía de hechos consumados) a la doctrina confederal; bajo esta óptica está atrapado en un callejón sin salida.

El resultado es que en el imaginario colectivo todos los partidos de ambas CCAA son nacionalistas, de un signo u otro, disolviéndose las ideologías en el eje nacional. Cuando una corriente se hace hegemónica, y eso es lo que ocurre con el nacionalismo en Cataluña, Galicia y Euskadi, margina o fagocita todo lo demás. Por eso UP casi ha desaparecido y el PSOE no ha capitalizado esa caída, sufriendo su primer gran frenazo muy poco después de salir de la parrilla de salida de 2019.

El caso de Euskadi es especialmente interesante porque la mejora del PNV es notable. Totalmente lógico. Después del acuerdo con el PSOE para facilitar el actual gobierno de Sánchez, el PNV ha logrado que Euskadi sea prácticamente un Estado de facto. Tiene casi todas las competencias de un estado soberano y las que no tiene las paga el Estado español, lo que permite al Gobierno vasco invertir más en mejorar la vida de sus ciudadanos. De hecho, Euskadi, a día de hoy, tiene lo mejor de un Estado independiente evitando lo peor. Es lógico que el PNV se acabe convirtiendo en una suerte de partido único, puesto que los dos grandes partidos nacionales le llevan permitiendo desde 1993 que haga realidad el sueño de la independencia fáctica en las mejores condiciones posibles. Era también el sueño de ETA, y por eso también crece Bildu.

Los actuales pactos del PSOE en Madrid con los partidos nacionalistas son el mejor aval para que los nacionalismos arrasen en sus territorios. Por eso no ha habido «efecto Moncloa» ni «efecto pandemia». El PSOE ha sufrido su primer aviso de lo que quizá fue un acierto táctico pero un garrafal error estratégico: atarse una cadena a los pies para ganar la moción de censura a Mariano Rajoy. Muy pocos lo lamentamos entonces, pero hoy todos pueden ver las primeras consecuencias. Lo peor de este primer aviso es que podría ser el último.

Ya se vislumbra lo que algunos venimos advirtiendo: la disolución de la izquierda en atomizaciones identitarias (los nacionalismos, en este caso), y la consolidación de poderes hegemónicos periféricos (en sentido amplio, no solo territorial) que debilitan el proyecto común de los trabajadores.

*Licenciado en Ciencias de la Información.