La alternancia que provocó en Euskadi el inicio de un ciclo cargado de expectativas renovadoras, ha empezado pronto a mostrar su lado más vulnerable. Se sabía que Patxi López no iba a tenerlo fácil, que su camino estaría plagado de escollos y de vicisitudes. Que una vez diluido el destello fulgurante del impacto inicial, debería aprender a nadar a contracorriente, a convivir con los demonios de un pueblo dominado por la intransigencia. Pronto tuvo la oportunidad de enfrentarse con esa forma fría de mirar que tiene allí la muerte, y con el consustancial desafecto que despierta en aquellas latitudes todo lo que huela a español.

Pero lo que no era de esperar es que en tan corto espacio de tiempo el Euskobarómetro de la universidad del País Vasco, revelara con crudeza la distancia afectiva que media entre los diferentes sectores de aquella sociedad, y el rechazo que genera el pacto de gobernabilidad de la mayoría constitucionalista, a la que muchos consideran carente de legitimidad.

Como quien persigue una quimera, Patxi López deberá transitar por un campo sembrado de minas. Deberá construir unas formas diferentes de relación procurando no alterar ninguna de las viejas estructuras ni de sus símbolos. Porque si Patxi López representa para algunos esa esperanza redentorista capaz de devolverle al pueblo el ansiado maná de la estabilidad perdida, para otros en cambio es un usurpador que le ha arrebatado la hegemonía al partido mayoritario que mejor sintoniza con ese deseo segregacionista tan del agrado de buena parte de aquella sociedad.

A pesar de estar abierta a ciertas modificaciones, la mentalidad de los pueblos no cambia de la noche a la mañana. Puede exteriorizar un cierto hartazgo contra esa sobredosis de iluminado sectarismo, contra esa calculada ambigüedad o contra ese delirio de poder del que el PNV ha hecho ostentación durante tantos años, pero eso no significa que hayan desertado de ninguno de sus principios. Y la prueba está en el Euskobarómetro, que sitúa a Ibarretxe como el político vasco mejor valorado, o que un importante porcentaje de la población esté en desacuerdo con la exclusión electoral de los partidos proetarras, o que el ochenta por ciento de los vascos deseen que el Gobierno, sin exigencias previas, reabra el proceso negociador con los terroristas, lo que evidencia que una parte de aquella sociedad está inmunizada contra el virus del cambio, como si padecieran una extraña ceguera que les impidiese ver esas posibilidades de futuro que aún subsisten ante sus ojos, ocupados en el macabro oficio de sobrevivir a un imperio de sombras.

Tal vez sólo se trate de la normal resistencia que cualquier sociedad opone al cambio, o de una forma de deliberada fidelidad consustancial a sus esencias. El hecho es que el pacto constitucionalista despierta en ellos pocas afinidades, y que Patxi López necesitará mucho tiempo y mucho tacto hasta conseguir ser aceptado, sin la incómoda necesidad de tener que demostrar lo evidente.