WEwl presidente electo de Bolivia, Evo Morales , ha viajado a España para acallar las críticas de que era un líder local, poco viajado y no muy preparado para las complejidades de la política. Y lo logró. No ocultó su orgullo indio --ésa era la marca de su jersey-- el nuevo líder emergente latinoamericano dispuesto a cuestionar las políticas neoliberales de Bush . Pero se cuidó mucho de no implicar al presidente Rodríguez Zapatero en el discurso populista antiimperialista que comparte con Castro y Chávez . Y, sobre todo, disipó los temores a nacionalizaciones y expropiaciones de compañías españolas, aunque advirtió de que deberán atenerse a la ley. Que nadie se engañe ni oculte bajo el pretendido manto de la ideología que a Morales, el primer jefe de Estado indio de la república suramericana más pobre, había que dispensarle el trato diplomático internacional que merece. Lo incomprensible es que el líder de la oposición, Rajoy , se haya negado ostensiblemente a recibirle, sin tener en cuenta ni los intereses del Estado ni sus propias perspectivas de gobierno a largo plazo. Latinoamérica es uno de los ejes de nuestra política exterior, y España sigue siendo percibida como el interlocutor europeo por excelencia.