Dramaturgo

La Santa Madre Iglesia, comprensiva y misericorde como siempre, ha actuado ante el caso de la niña nicaragüense de nueve años, violada y embarazada y que ha tenido que abortar ante el peligro que corría su vida, y lo ha hecho como sólo puede hacerlo una institución que quemó en sus hogueras a quienes no pensaban como ella, que miró al tendido en cuestiones como el holocausto o la guerra de Bosnia (si no la alentó en sus orígenes gracias a los integristas croatas con influencias en el Vaticano) y que se dedicó a reñir (acuérdense del Papa señalando con el dedo al cura poeta Ernesto Cardenal) en Nicaragua a quienes querían instalar otro orden de cosas. La Santa Madre Iglesia ha actuado y ha excomulgado a los padres, a los médicos que han intervenido en el aborto y, supongo, a la pobre niña de nueve años.

Cuando uno tiene en su casa una vara de medir como la que ha usado la Iglesia para perdonar y tapar los casos de clérigos pederastas y violadores, dudo mucho que el Dios clemente y misericordioso (que supongo que está a punto de ser excomulgado por la Santa Madre Iglesia por no acatar sus leyes) avale el uso de la otra vara, la de acebuche, que utiliza para machacar la conciencia de los menos favorecidos (no olvidemos cómo fue violada y por qué estaba en Costa Rica con sus padres: no estudiaba en colegio concertado de madres capilorcias, sino que estaba recogiendo café como una pobre inmigrante más). Esa vara, la que se utiliza para anular matrimonios de famosos y canonizar a marqueses, se ha dejado caer, de nuevo, sobre las espaldas abatidas del tercer mundo. Ahora sólo hace falta que excomulguen a Lula por enseñar a leer a los de las favelas.