La frustrada visita, oficialmente de cortesía, que dos buques de guerra españoles iban a realizar a Guinea Ecuatorial, pero que incluía a una dotación de infantería dispuesta para intervenir en caso de necesidad, no puede interpretarse como un gesto protocolario de amistad y cooperación. Todo apunta, más bien, a una maniobra de respaldo y complicidad con la dictadura de Obiang, desestabilizada por las pugnas familiares ante la próxima sucesión. Horas después de haber zarpado de Cádiz, el Gobierno dio a las naves la orden de regresar con una excusa surrealista: que se podía crear un aparente malentendido con la oposición democrática ecuatoguineana. Sería la primera vez que el Gobierno de José María Aznar condicionase su actuación a los intereses de la exiliada y aplastada oposición a Obiang.

El Gobierno no ha dado ninguna explicación convincente que evite pensar que había previsto usar, una vez más, al Ejército español como mozo de espadas de EEUU, cuyos intereses petrolíferos en Guinea Ecuatorial son tan importantes y conocidos que contemporiza muy bien con el dictador Obiang. Es posible que también ahí el Gobierno español confíe en poder rebañar algún resto en el reparto.