No tenemos corazón. Ninguno. Ni empatía ni sentimiento que pueda llamarse humano. Nos reímos, eso sí. Al menos eso nos diferencia de algunos animales, pero también nos acerca a las hienas. Bullen las redes sociales de chistes y caricaturas sobre una cosa que no tiene ninguna gracia. Cómo podemos reírnos de algo así. Mírenle. Es uno de los nuestros, deben de pensar los refugiados sirios o afganos, cuando le ven atravesar los pasillos del aeropuerto, camino de su asiento de primera clase. O de turista. O a lo mejor hasta ha ido de pie, el pobre, o con la maleta embutida en el estrecho hueco que dejan sus piernas.

Cuánta persecución, cuánta inquina. Al menos no nieva, y no ha tenido que echarse por encima algún abrigo para soportar las colas. Menos mal que estas colas son para el equipaje y no para conseguir agua potable, o medicinas, o algo de comida que llevar a la tienda helada donde aguardan los niños. A lo mejor no ha ido en avión, sino andando, y ha atravesado sin fuerzas, como Antonio Machado, la línea que le separa de la libertad. O ha viajado acompañado del casi medio millón de españoles que en 1939 tuvo que abandonar forzosamente (ellos sí) su país, para comenzar un largo exilio que habría de durar el resto de sus vidas. Pero a él la palabra exilio se le queda corta. Él es un refugiado, un perseguido, un Primo Levi huido, dispuesto a unirse a la resistencia antifascista.

Puede que no le aguarde un campo de concentración pero aun así, su sufrimiento es mayúsculo. No sabemos a qué redes clandestinas de emigración ha tenido que recurrir, a qué patrón de patera, o en qué tren de ganado ha podido realizar su viaje. Lleva encima todo el peso de la historia. Es un prócer, un elegido para cambiar el rumbo de su pueblo. Mírenle de nuevo. En su hotel de Bruselas. Desayunado, comido, cenado. Luego vuelvan a mirar alguna foto de un refugiado de verdad, aunque sea solo para comparar un poco. Verán cómo se les quitan las ganas de mandar chistecitos sobre las hienas que, incapaces de asumir las responsabilidades de sus actos, hipotecan con sus risas el futuro de nuestros hijos.