El izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, en el Gobierno, siempre había sido aliado de los movimientos sociales, con los que había salido a la calle en repetidas ocasiones en los últimos años. Y el fútbol siempre había unido a los brasileños de toda condición. Desde el 13 de junio, estas certezas han dejado de serlo, y ocho días después de que se iniciaran las protestas y poco antes de que la presidenta brasileña Dilma Rousseff anulase la subida de tarifas del transporte --la chispa que desató las manifestaciones--, más de un millón de ciudadanos de ese país salieron el pasado viernes a la calle.

El desconcierto ante el hundimiento de aquellas certezas ha hecho que Rousseff reaccionara tarde. Al final salió a hablar y parece haber captado buena parte del mensaje que llega desde la calle. Promete un gran pacto sobre los servicios públicos y muchos más medios para educación y sanidad. Pero el movimiento de protesta refleja algo más profundo y es el malestar y la frustración generados por un modelo que ha hecho de Brasil uno de los países emergentes.

El extraordinario desarrollo económico ha conseguido sacar de la pobreza a 40 millones de personas. Pero este desarrollo se ha conseguido a partir de un modelo consumista incentivado por el Gobierno sin la obligada modernización de las infraestructuras. El resultado es la brecha enorme que hay entre las expectativas que dicho crecimiento ha generado en los brasileños y la percepción que tienen de la realidad. El fútbol y la perspectiva de los grandes acontecimientos deportivos --el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos-- no son un bálsamo curativo. Todo lo contrario, como demuestra la crítica al hasta ahora intocable Pelé .

Pese a todo, la presidenta mantiene una nada despreciable tasa de popularidad, pero tanto su imagen como la de su antecesor y mentor, Lula da Silva , aparecen deslucidas. La protesta ha causado profundas discrepancias en el PT, pero también el movimiento reivindicativo se ha fracturado y ha visto cómo se infiltraban en él grupos conservadores. Una preocupación inmediata del Gobierno es la llegada, dentro de un mes, del papa Francisco para las Jornadas de la Juventud. Quizá su presencia sea el bálsamo que ahora mismo ya no es el fútbol, pero sin reformas en profundidad que respondan a las expectativas de los brasileños de una u otra forma la frustración seguirá saliendo a la calle.