Me sorprendió hace unos días que me preguntaran cuál era el efecto de la posible OPA del venezolano Escotet sobre Liberbank. Quien interrogaba es una persona siempre bien informada, pero normalmente despreocupada por noticias de corte económico, así que mi duda radicaba en el porqué de esa cuestión. Mis inquietudes fueron rápidamente resueltas por el origen de la curiosidad: «¿Cuáles son las consecuencias para Extremadura?».

Ninguna, querido amigo. O más bien, pocas. Liberbank, como es sabido, es el proceso de fusión «continuada» de una serie de cajas de ahorros. Junto a «nuestra» Caja Extremadura, se integraron la asturiana Cajastur, la conversión en banco de la manchega CCM y Caja Cantabria. El accionariado del banco resultante, con sede en Madrid, ha ido variando desde su primera composición. Dando, por ejemplo, entrada el fondo Oceanwood o (en menor medida) al fondo soberano de Noruega en el capital.

La residual «extremeñidad» de la entidad está, a estas alturas, diluida. La Fundación Caja Extremadura ostenta un exiguo 4,8% del capital de la entidad (que, en una eventual fusión, se estrecharía hasta en un 60%). En la práctica, la entidad cuenta con una red de aproximadamente 180 oficinas en Extremadura, de las casi 700 que tiene a nivel nacional. En servicios centrales, que llegaron a tener sedes en Cáceres y Plasencia, quedan poco más de 70 personas.

La antigua Caja Extremadura perdió su personalidad jurídica con la fusión, en 2011. Y después la «identidad» corporativa, en 2015, plenamente integrada la red en la marca Liberbank. De hecho, el banco ya ni siquiera es líder en su sector en la región. Por tanto, todo lo extremeño que queda en la entidad es el «factor humano»: los empleados que tenga en la región. No es, desde luego, un elemento de escasa importancia. Pero conviene recordar que los centros de decisión están lejos de las fronteras extremeñas.

En su momento, critiqué la (poco efectiva) injerencia política en el cierre de oficinas. Liberbank tenía una amplia presencia en toda Extremadura, lógicamente heredada de la posición hegemónica de la antigua caja. Pero, a diferencia de esta última, el banco tiene que vigilar por la rentabilidad de sus accionistas. Y una red tan extensa, en un mercado tan competitivo como el bancario y con el propio modelo de negocio sometido a un momento de intenso cambio, sólo significa dos cosas: elevados costes e ineficiencias en la gestión. La reducción del número de oficinas, aunque no guste a aquellos que se sientan perjudicados, es una medida envestida de toda lógica. En el año 2019 se requieren muchos clientes para hacer rentable una única oficina, y la extensión geográfica de la región, combinada con su densidad poblacional, es veneno a esos efectos.

Parece que olvidamos que las antiguas cajas tenían el apellido de «públicas» no como una excusa para no ser rentables. La gestión pública de estas entidades perseguía unos objetivos iniciales que el paso del tiempo fue pervirtiendo. Bueno, seamos más concretos: la confusión de lo «público» con lo político fue el venero de este cambio. La gestión pública del negocio bancario se fue transformando en muchas ocasiones en una suerte de redistribución «bastarda» de riqueza, o fuente de financiación para obras y proyectos políticos.

No se trata de demonizar el trabajo de las cajas (o de los muchos y excelentes profesionales que en ellas trabajaron). No.

El hecho de que, ocho años después de la fusión, Liberbank esté en medio de una batalla de ofertas por su futuro accionarial (la mencionada oferta de Abanca, más Unicaja) habla de la necesidad de seguir peleando por el sostenimiento de la solvencia de la entidad. En un sector sometido a una altísima consolidación (que aún no ha culminado), cualquier vinculación emocional ha quedado realmente lejana.

Pero, es curioso, muchos siguen haciendo asociación entre Extremadura y Liberbank. Y eso habla de dos factores que la banca, en su viaje más reciente, ha ido dejando de lado: la potencia de la cercanía y la compresión del cliente y la sensación de empresas comprometidas con la comunidad. Lo realmente extraordinario es que ese «guante» esté siendo recogido por muchas «Fintech», compañías nacidas digitales y que valoran el coste de que un cliente no se sienta comprendido. El mercado ya no será regional, cierto. Pero menos que nunca, cautivo. Extraño viaje.