El desayuno de trabajo en París del ministro del Interior de Italia y líder de la Liga Norte, Matteo Salvini, y de la jefa de filas de Agrupación Nacional, Marine Le Pen, ha servido para certificar el propósito de la extrema derecha europea de «cambiar Bruselas», un eufemismo acuñado por el populismo ultra para referirse a la regresión de las instituciones europeas en favor de los estados. Frente al proyecto político de la Unión Europea, la alianza que se avizora de posfascistas, neonazis y neofranquistas -la orientación de Vox- pretende exaltar a la nación y debilitar el europeísmo, una operación que cuenta con la simpatía de la Casa Blanca y el Kremlin, defensores entusiastas de la iniciativa, un programa político ajeno a los usos democráticos, inspirado en la peor tradición del supremacismo blanco, la islamofobia, la homofobia y otras lacras.

La fotografía sonriente de Salvini y Le Pen lo es de quienes, con viento de popa en las encuestas, creen que pueden mermar grandemente las expectativas del proyecto europeo mediante un nacionalismo vociferante. Para ello cuentan con la inestimable ayuda de Steve Bannon, un agitprop de última generación, exasesor aúlico de Donald Trump, especializado en contaminar las redes sociales con fake news o verdades alternativas, y disponen también del equipo de hackers al servicio de Vladímir Putin, muy rodado en inmiscuirse en campañas electorales.

Nada hay de nuevo en la oferta ultra, sino más bien un retorno al pasado. La novedad reside en la pujanza de la internacional oficiosa de la extrema derecha, favorecida por los titubeos de las instituciones europeas y su inacción ante comportamientos como el de Viktor Orbán en Hungría, tolerado por el Partido Popular Europeo; alentada por los errores encadenados por los estados en la gestión de los flujos migratorios, por el coste social de la salida de la crisis y por los golpes del yihadismo.

En sociedades desarrolladas y envejecidas como las europeas ha cundido el pánico a raíz de algunos de los desafíos de nuestro tiempo, terreno abonado para quienes están dispuestos a simplificar los problemas y a ofertar soluciones a los mismos igualmente simples. De la movilización de los grandes partidos de la tradición política europeísta depende que a partir del 26 de mayo un nutrido bloque ultra alce o no la voz en el Europarlamento.