Extremadura desde Días duros en Extremadura, con el virus haciendo estragos y multiplicando los contagios. Días enfurecidos en Extremadura, con la nada larvada insinuación pública de que todo esto, es, en realidad, culpa exclusiva de la falta de responsabilidad individual y endosarlo al carácter “festivo” de los extremeños. Para que así tengáis tela para cortar y tema de discusión en las redes sociales. Con sus jueces, supremos o mínimos. Desde aquellos que manejan todos los resortes, legales y económicos, desde los poderes públicos.

Con todo, esta pandemia pasará. La aplicación de la vacuna, por lenta que sea, significa el principio del fin de esta terrible situación. Por supuesto que, después, cuando desaparezca el rastro de las decisiones en la pandemia (y tratarán de que así sea, no lo duden) tendrán una perenne justificación: el propio virus. Como una cortina de humo, un comodín, la carta de salida de la cárcel del monopoly. Multiusos. Los deslices recaerán en cualquier forma de exculpación: la tremenda dificultad de la situación, la irresoluble caprichosa forma de actuar del Covid y las decisiones impuestas y forzosas. Una barata justificación.

El punto de partida no será el mejor. La economía extremeña mostraba, antes de la pandemia, una serie de señales negativas que, además, eran endémicas. Quizás por eso, por ese carácter de confundirse con el paisaje, se habían asumido con cierta resignación. No debiera ser así.

Extremadura contribuye a la riqueza del país en un 1,6%. En la cola del país y perdiendo casi un punto en menos de 25 años. Hay una excesiva dependencia del sector público, que encabeza nuestros sectores productivos (algo que sólo ocurre en dos comunidades más) y con alta dependencia de financiación externa. Tenemos el salario medio más bajo de España y a la cola en productividad.

Demográficamente, los datos son desalentadores. Nuestra región pierde población en los últimos diez años (lideramos la pérdida en 2019) pero es que se desangra justo por la parte que motivaría un cambio de tendencia: la juventud. No sólo hay un progresivo (y consistente) envejecimiento de la población, sino que Extremadura ‘manda’ a sus jóvenes fuera. Si el paro se mantiene en una inaceptable tasa superior al 20%, entre los jóvenes hay una auténtica tragedia social y personal. Entre las mujeres extremeñas menores de veintiséis años, la tasa de desempleo es del 53%. Más de la mitad, lo que sólo cabe calificar como un drama.

El porqué un escenario de, cuando menos, estancamiento económico no provoca mayores disensiones sociales está en la calidad de vida. Extremadura mantiene un aceptable nivel de coste de la vida y eso permite que se pueda ‘funcionar’, si consigues encontrar estabilidad laboral.

A todo esto, ¿dónde estábamos hace 15 o 20 años? ¿Extremadura crecía sólida y con inversiones permanentes antes de crisis y pandemias? La hemeroteca, fiel aliada de la memoria y azote de ‘despistados’, nos habla de Ibarra y Vara vendiendo la llegada del AVE como maná logístico. De las inversiones en ese sentido en Badajoz y Navalmoral poco se supo. De la inversión tecnológica en el sector agropecuario. De las inversiones privadas en proyectos faraónicos que nunca llegan. De creación de sociedades públicas de capital riesgo que suponen poco más que esquemas de subvención indirectas.

Ni siquiera hubo una auditoría seria de la enorme inversión en el V Centenario (más de 26 mil millones de las vetustas pesetas) ni del destino de los fondos de cohesión europeos.

Sin la concreción de todas estas grandes inversiones, nos queda una región similar a veinte años atrás. Pero con un entorno altamente cambiado. Es entendible que los grandes anuncios satisfagan intereses políticos, que tiene una lógica cortoplacista, pero no que la canalización de estos recursos no permita salir del círculo vicioso (con tendencia negativa) en el que estamos inmersos.

¿Este panorama cuasi apocalíptico no tiene vuelta atrás? Desde luego que sí. Pero es difícil que sea aplicando las mismas políticas y medidas el resultado sea distinto. Repetir lo muchas veces intentando no es persistencia, sino testarudez.

Paradójicamente, la pandemia puede ser una oportunidad. Asumiendo una flexibilidad fiscal, esquemas de atracción de inversión privada, espolear la competencia y una acción decidida en la reducción del peso público. Si hacemos otro vez lo mismo, veinte años, veinte, no serán nada.

*Abogado, experto en finanzas