Según Fernández Vara , la cultura es la columna vertebral de Cáceres. La sangre que circula por sus venas es una sangre culta: el Gran Teatro, el Complejo Cultural San Francisco, el Conservatorio, la Escuela Superior de Arte Dramático, los Museos, la dinámica Universidad, el Centro de Mínima Invasión, este periódico que tiene usted en sus manos- Y porque sin imposturas su cultura es auténtica, aspira a ser capital cultural en 2016. Cáceres es una ciudad culta-Y polícroma. Bajen ustedes del Gran Teatro al Petit Café, y contemplen la fachada del antiguo Requeté; paseen Cánovas, Antonio Silva, León Leal, Ronda del Carmen, o si prefieren Gil Cordero, Virgen de Guadalupe, Avenida de la Montaña- Vayan donde vayan contemplarán su suelo barrido y regado, sin caquita de perro alguna, y sus paredes asquerosas, sin cosa en que poner los ojos que no sea fealdad. Holladas por la mano febril de feroces vándalos que agreden con impunidad y nocturnidad la propiedad y el buen gusto de los ciudadanos. Fachadas de ladrillo, mármol, piedra, pizarra, blancas, oscuras, caldero, albero, cutremente decoradas por disformes trazos infantiles y grotescos, groseros símbolos, absurdos caracteres, imágenes feas sin gracia ni arte en negro animal, rojo salvaje, verde chillón, marrón zulú, azul cafre o gris bestia. Más que el grito de Munch resuenan en nuestros ojos esas sucias pintadas que distorsionan la imagen de la heroica ciudad. Las fachadas de Cáceres, salvajemente maltratadas lloran de abandono. Y sueño con una guerrilla urbana pacífica y cívica que restaure la sencilla belleza de una población de paredes limpias. Porque la cultura no casa con la guarrería y la desidia. Es como si abergáramos en nuestro hogar espléndidas pinturas y tuviéramos la cocina repleta de grasa, los bajos de la cama atiborrados de pelotillas, la terraza hediendo a podredumbre y los váteres llenos de mierda. Limpiemos nuestras paredes, persigamos cívicamente a los bárbaros que las ensucian y entonces soñaremos con ser una ciudad auténticamente culta.