El accidente de Chinchilla se desencadenó por un doble error humano. Un jefe de estación no cambió a rojo un semáforo y un maquinista arrancó cuando sólo se le había dado una de las dos señales preceptivas. Pero, luego, cuando se conocían esos errores y faltaba cierto tiempo para el choque, no pudo hacerse nada para evitarlo por la clamorosa precariedad de la seguridad de la línea. Además de no tener allí un cierre que impida que un tren salga de la estación si viene otro en dirección contraria, y de carecer de mecanismos para frenar a los convoyes desde la estación, no había comunicación --por radio o telefónica-- con el tren para avisarle del peligro. Los fallos humanos no se corrigieron por fallos estructurales y sería inhumano no tenerlo en cuenta.

Tenemos demasiada incidencia ferroviaria. Muchas veces en líneas con insuficiente inversión económica para que tengan la modernidad que puede tener ahora este servicio. La prioridad del gasto público, en estos tiempos de ansiedad gubernamental por el déficit cero, no siempre apunta a esas líneas que, como se ve, tienen un nivel de riesgo inaceptable. Pero ni el emblemático AVE escapa de problemas que tienen que ver con decisiones poco pensadas y muy ahorradoras.