Aunque no exista ni la más leve posibilidad de utilizar métodos de disección o de análisis factorial para conocer la personalidad de los individuos, como se conoce su organismo corporal; parece que los expertos y estudiosos están cada vez más de acuerdo en que la psicología humana es una especie de magma de impulsos y sensaciones, cuajado en el subconsciente anímico, en el que se han fundido pulsiones irracionales de violencia, de competitividad, de dominio y canibalismo con dosis desiguales de racionalidad, benevolencia, conprensión, tolerancia y un vago sentimiento de solidaridad que ha hecho posible, aunque difícil, la convivencia de las gentes.

Lo que parece incontrovertible es que, mientras los primeros componentes nacen de nuestra propia naturaleza zoológica, tribal e instintiva, como la definió Freud , los segundos son adquiridos y solamente florecen en el contacto con los demás, o en los procesos educacionales, conscientes y bien planificados. También es axioma constatado por la experiencia, que en la mayoría de los individuos predominan a lo largo de su vida las pulsiones atávicas de dominación y violencia; en contra de lo defendido por J.J. Rouseau y por la ingenua doctrina ilustrada, que veía en el hombre a un "buen salvaje", corrompido y degradado por los vicios y maldades de la sociedad en la que vivía.

Establecido este esquema básico, parece normal que los responsables del orden social propugnen el desarrollo preferente de los factores racionales de convivencia; eliminando, hasta donde sea posible, los atávicos y violentos que forman el "fondo de saco" de nuestra psicología. Para ello no hay más tratamiento que intentar modular las conductas individuales, cuando éstas son modulables y no están todavía esclerotizadas por la madurez y la costumbre. Es decir, en la niñez o en la juventud, cuando nuestra personalidad es aún plástica y flexible, y admite la incorporación de fragmentos de tolerancia, comprensión, amistad y pacifismo: "Abrid escuelas para cerrar prisiones", clamaba Víctor Hugo ; mientras Immanuel Kant recalcaba: "Tan solo por la educación puede el hombre legar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él".

XES CURIOSOx e ilógico --lo ilógico suele ser curioso y sorprendente-- que los actuales responsables de la "res pública" en nuestra sufrida España, estén dispuestos a regatear unos cuantos cientos de miles de euros destinados a los centros de educación, estudio y formación de los niños y jóvenes, destinados a insuflarles estos elementos de racionalidad y equilibrio en su mocedad, mientras pone todo su entusiasmo y generosidad para gastar miles de millones en estadios, gimnasios, pabellones o "rings" de lucha y boxeo o en cosos taurinos; lugares en los que se fomentan y estimulan los instintos de enfrentamiento, de dominio del contrario, irracionales y violentos, para excitar la personalidad compulsiva e irrefrenable de las masas.

Los estímulos más variados y sofisticados de la ferocidad, de la destrucción y aniquilación del enemigo, suelen ser actualmente los componentes argumentales de las películas sobre "superhéroes" y "supervillanos" yanquis. Pues, aunque se mueven en el ámbito de la ficción, representan la quintaesencia de los factores más negativos de nuestra personalidad subconsciente. También los llamados "juegos de roll", los "digitales" y las pequeñas consolas o los entretenimientos de "Internet" --todos inventos de las grandes multinacionales yanquis-- que se distribuyen masivamente entre niños y adolescentes, solamente inducen a desarrollar estos instintos primitivos y violentos de su todavía fluctuante psicología.

En este contexto y con estos estímulos, dentro y fuera de su ambiente familiar, ni es raro que entre las nuevas generaciones impere, en sus tratos y relaciones, la competitividad, la intolerancia, la violencia; y que frecuentemente salten a la prensa noticias de jóvenes que disparan en sus colegios, que atacan incluso a sus padres, provocando verdaderas tragedias colectivas, cada vez más frecuentes y abrumadoras.