El socrático «sólo sé que no sé nada» era una sentencia de gran generosidad. Probablemente, porque su autor sabía que, siendo cierta, él no era precisamente de los señalados por falta de conocimientos. Tan generoso fue Sócrates que escondió un desafío, con su punto de ironía, en la famosa y multirrepetida cita: haciéndose el ingenuo enfrentaba a los demás a mirar su propio reflejo en el espejo. Esta conciencia de la propia ignorancia, de alguien que precisamente no lo era, era un reto a los demás, individual y colectivo. A ver quién era el valiente que decía ante él que era un «experto» en algo.

En general, cuesta reconocer(nos) ignorantes en un tema. Tendemos a actuar --incluso de forma inconsciente-- investidos de una «auctoritas» naturalizada, expandiéndonos desde temas que conocemos a otros en los que (en un muy dadivoso mejor de los casos) hemos hecho alguna lectura en diagonal o nos movemos por simple pasión. Si no, fíjense en la proliferación de opinadores («profesionales») o columnistas (amateurs). ¿Ejemplos? Bueno…

Este comportamiento individual se traspasa, lógicamente, a nuestras pautas colectivas. Y a nuestros representantes. Me asombra que valoremos de nuestros representantes políticos la velocidad en opinar, como si fuera una carrera que gana el primero en emitir una declaración. No en sopesarla y analizarla. Hemos creado una paranoia en lo cual los líderes de los principales partidos tienen que ser y parecer autoridades en todo tipo de asuntos y correr a fijar (firmemente) su posición, antes de que otro ocupe su lugar.

Escalofriante. Primero, porque sabemos de sobra que no lo son (una partida de Trivial televisada entre Sánchez, Iglesias, Casado y Rivera, en vez de debate, por favor). Segundo, porque resulta difícil que cualquiera de las aceleradas y, a menudo, improvisadas tomas de posición escapen de antemano de lo que ya intuíamos (cuando no, directamente conocíamos) iban a decir. Con precisión cirujana.

Esta vorágine informativa tiene un efecto curiosamente retroalimentado entre clase política y opinión pública (si es que esta significa algo) y viceversa. Es fácil comprobarlo en el «tema del día»: el lío del Supremo en el criterio sobre los gastos del AJD en las hipotecas. ¿De veras a alguien le ha sorprendido cómo se han posicionado al respecto los cuatro grandes partidos? Es igual de prodigioso que el hecho de que nadie ponga sobre la mesa que ese impuesto se genera en un hecho imponible (petición de financiación) que no demuestra precisamente ninguna capacidad económica (que supuestamente es lo que se grava). Pero, eso, para los expertos en la materia, que además en Extremadura los hay de altísimo nivel.

Perdidos en complacer a sus «fans», ocupamos el debate público en todo aquello en lo que se pone el foco. Muchos de estos temas son capitales para una mayoría. Otros, quizá para una minoría, pero igual de relevantes. Los más, asuntos accesorios que, sin duda, tiene importancia para muchos afectados, pero no para colarse de lleno y de forma continua en primera plana de la vida política. Cabría pensar que el origen de muchos es plenamente intencionado.

Entre todo este ruido, permitimos que muchas energías públicas (es decir: subvencionadas por todos) se dirijan hacia estos temas. Con la esperanza de que otros muchos factores queden en la sombra, pero al menos no en el olvido.

La vigilancia (y reacción) de estos factores puede ser diferencial en una economía cada vez más globalizada. Las conexiones son de tal entidad que resulta demasiado atrevido perder el tiempo mirándose en exceso nuestro ombligo. Y entendemos que, más allá del circo mediático, alguien está atento a estos factores.

Más que entender, confiamos en que haya alguien entrenado en detectar y poner de manifiesto la importancia de factores que, por su naturaleza o lejanía, pudieran parecer irrelevantes. Por ejemplo, la supuesta aplicación de un criterio jurisprudencial que hubiera obligado a un desembolso a las arcas públicas de 17.000 millones. El día previo a la decisión del Supremo, solamente la banca perdió más de 6.000 millones en capitalización bursátil.

Si, como parece que se producirá en los próximos meses, el petróleo se encarecería y alcanza los 80 dólares por barril, supondría para en nuestra economía un coste superior a los dos anteriores juntos. Yo entiendo a los que tenían una hipoteca, pero ¿hay alguien vigilando el petróleo? A mí me interesa.

*Abogado. Especialista en finanzas.