TFtalló todo: el juez de vigilancia penitenciaria, el director de la prisión de A Lama (Pontevedra), el satélite o el GPS al que está --o debería estar-- conectada la pulsera que llevaba en su muñeca Maximino Couto el recluso que cumplía condena por malos tratos y, ¡al que habían concedido un permiso carcelario pese a que, según ha trascendido, no ocultaba sus deseos de venganza!

El resultado es conocido: el individuo mató a su novia, buscó a su exmujer con idéntico propósito y acuchilló a dos vecinos y a un policía. Todo en el mismo día. El relato de los vecinos estremece. La cadena de fallos que ha facilitado tamaña orgía de sangre no debería quedar en el olvido. Más allá del drama concreto, lo acaecido en Pontevedra ha quebrado una esperanza. Me refiero a la pulsera , el dispositivo electrónico en el que tantas esperanzas habíamos depositado a la hora de pensar que sería eficaz para alertar cuando un maltratador intentara acercarse a quien lo había denunciado por sus agresiones. En el caso que comentamos, no ha funcionado.

¿Por qué? ¿Falló el satélite? ¿Falló el GPS que lleva incorporado el brazalete? ¿Fallaron los policías encargados de reaccionar ante el aviso? Conviene que las autoridades aclaren cuanto antes estos extremos. Tampoco debería demorarse la respuesta a otro de los interrogantes del caso: por qué el juez de vigilancia penitenciaria de la presión de A Lama permitió la salida de la cárcel de un tipo que, según testigos, tenía la lengua machada de amenazas.

El crimen de Pontevedra unido a otro parejo perpetrado durante el fin de semana en Valencia, eleva a 59 el número de mujeres asesinadas en lo que llevamos de año. 59 asesinatos: ¡No podemos seguir así!