TUtna de las teorías que más éxito ha tenido en los medios revolucionarios de toda laya, y en amplios círculos de la izquierda, es que el mundo está gobernado por una docena de personas riquísimas, que son las que deciden los países que emergen y los que no, los productos que deben abaratarse o los que deben subir los precios, resultando todo lo demás, regímenes políticos incluidos, una consecuencia de esta conspiración mundial, en la que los gobernantes y estadistas vendrían a desempeñar un papel secundario, aun sin ellos saberlo.

Parecía que el organismo de la Conjura era la Trilateral, hasta que comenzamos a conocer a algunas personas que formaban parte de la Trilateral, y ni por biografía, ni por aptitudes, parecían corresponder al papel del gran conjurador. A raíz de aquél desmontaje de lo oculto, se adujo que dentro de la Trilateral había un núcleo duro, y esos, sí, esos eran los que decidían, quítenme a este primer ministro, bájenme el oro, súbanme el precio del trigo. Confieso que, en mi tierna adolescencia, llegué a creer que la conjura tenía aspectos verosímiles, pero el devenir del tiempo y, sobre todo, el conocimiento de la Historia, te demuestra que es más fácil creer en la mariposa del Pacífico que crea la tormenta, que en una planificación rigurosa de mercados y revoluciones.

El derrumbe de las bolsas, la falta de liquidez de los bancos, la caída de grandes compañías, el desastre económico del que intentamos salir ¿también es producto de los conjurados? Pues no faltará quien, con tal de no desmontar la teoría, añadirá que todo ello es también la consecuencia de una cuidadosa planificación para detener qué sé yo... ¿a China? Y, como es lógico, no faltará quien crea a pies juntillas esta leyenda urbana convertida en doctrina universal, entre otras cosas, porque es mucho más atrayente creer en los enigmas y en el misterio que atenernos a la racionalidad, si la explicación es muy simple.