Entiendo que las redes sociales tengan tantos detractores: son banales, exhibicionistas, fomentan las bajas pasiones y crean amistades ficticias. Pero pese a estos inconvenientes -o quizá gracias a ellos-, son el mejor medio para comprender al ser humano y a la sociedad de nuestro tiempo. Ningún libro de psicología o de sociología es tan preciso e ilustrativo como Facebook.

El perfil personal en esta red ha acabado por convertirse en un espejo en el que mirarnos. En él vamos elaborando el perfil de lo que somos, o más bien de lo que nos gustaría ser. Y entre uno y otro puede distar mucha distancia.

Los medios de comunicación han puesto el foco estos días en el perfil en Facebook de Ana Julia Quezada, la presunta asesina del niño Gabriel, donde aparece junto a su pareja (el padre de Gabriel) o sola, siempre sonriente, como si estuviera en paz con la vida y consigo misma, exhibiendo su postura a favor de los derechos de los animales o, ay, criticando a asesinos. La autobiografía de Ana Julia, creada a golpe de clics, poco tenía que ver con la realidad.

Es más que probable que el círculo de amistades que ensalzaba sus comentarios nada supiera de su turbio pasado, aireado ahora por los medios de comunicación: su trabajo en un prostíbulo, el posible asesinato de su propia hija, las desavenencias con un exnovio y exsocio, su intento de casarse con un hombre moribundo y, en general, sus malas relaciones con las familias de aquellos varones a quienes intentaba extorsionar. La hija de un empresario ha contado que Ana Julia se compró un piso en la República Dominica con el dinero que le sacó a su padre.

Nada de eso aparece en Facebook, obviamente, y, menos aún, el lugar donde escondía el cadáver de Gabriel.

Las redes sociales son ese lugar donde contar mentiras, tralará. Pero aun así siguen siendo el mejor retrato de nuestra sociedad, con sus miserias y sus grandezas.