TLta clase política española está aquejada de una enfermedad psicológica, que produce un inquietante trastorno de la personalidad, mediante el cual, todo dirigente con poder público, sea de izquierdas o de derechas, tras tres meses de ocupar un puesto de cierta responsabilidad, piensa de sí mismo que es un mecenas generoso, y se olvida de que el dinero que maneja procede de los bolsillos de los contribuyentes.

Merced a esta afección no hay alcalde, consejero autonómico o ministro que, en la inauguración de un parque, del tramo de una carretera comarcal o en la puesta de un nuevo servicio de ferrocarril, no aparezca con el aspecto de que las obras han corrido a cargo de su cuenta corriente particular, o de que la suculenta herencia recibida de un tío carnal, en lugar de quedársela y disfrutarla, ha decidido donarla a los ciudadanos.

De tal forma se ha extendido este turbador trastorno que tanto el actual presidente del Gobierno, Zapatero , como el aspirante a serlo, Rajoy , se han lanzado a una especie de pugilato, cuyas bases consisten en prometer subvenciones y regalos para ver quién es el más mecenas de los dos. Parece mentira que personas mayores de edad, y cargadas de responsabilidad, desconozcan que si se gasta más dinero en guarderías habrá menos residencias de la tercera edad, y que si gastamos mucho en residencias de la tercera edad no nos llegará el dinero para aumentar las subvenciones a la educación, y si gastamos mucho en la escuela no podremos informatizar los juzgados para que la Justicia no sea más lenta que un AVE a Málaga que no lee bien los códigos. Pero lo más deslumbrante de esta enfermedad, lo que de verdad me sorprende es que los falsos mecenas sean recibidos por los auténticos pagadores como si el loco tuviera razón. De momento, suben los recibos del gas y de la electricidad. Y es que los mecenas se han dado cuenta de que para seguir siéndolo tienen que meter mano a nuestra cartera.