La derrota personal sufrida el pasado lunes por el presidente de Estados Unidos, George Bush, al rechazar la Cámara de Representantes su plan de rescate ha hecho del inquilino de la Casa Blanca el paradigma de la decadencia, la soledad y la falta de autoridad, una situación poco menos que sin precedentes en la historia moderna del país. El llamamiento hecho ayer por el propio Bush para tranquilizar los mercados y la insistencia de Henry Paulson, secretario del Tesoro, en pergeñar un plan aceptable para republicanos y demócratas, no han hecho más que realzar el desvalimiento de Bush y la impresión de que, más que crepuscular, la suya es una presidencia literalmente en ruinas.

Desde España, Bush encontró el respaldo del vicepresidente económico, Pedro Solbes, quien lamentó que el plan de rescate no haya salido adelante porque "clarificaría y generaría" confianza en la situación financiera de EEUU y en Europa "indirectamente". No obstante, se mostró ligeramente optimista ante la negociación de cara a mañana jueves.

En EEUU, la cercanía de las elecciones del 4 de noviembre y la oposición del grueso de la opinión pública a salvar de la quiebra a los inversores codiciosos, mediante el desembolso de fondos públicos, es una mezcla explosiva para que den resultado los denodados esfuerzos de Bush, encaminados a acotar el desastre financiero. Los candidatos a ocupar un escaño en la próxima Cámara de Representantes barruntan justificadamente que sus electores pueden castigarles si apoyan un programa que muchos contribuyentes ven como una utilización incorrecta de sus impuestos. Y es este temor el que explica la coincidencia de un tercio de los diputados demócratas, reformistas en su gran mayoría, y de dos tercios de los republicanos, partidarios del liberalismo a ultranza, en el momento de votar contra el plan de rescate.

El panorama es dramático para Bush, porque debe afrontar una sublevación en las filas republicanas, y es preocupante para los candidatos a sucederle, John McCain y Barack Obama, porque han sido incapaces hasta la fecha de presentar iniciativas propias y desligarse de las de la Casa Blanca. Puede decirse que su poder de persuasión en el seno de sus respectivos partidos ha sido francamente limitado.

Es inquietante imaginar cuáles pueden ser las consecuencias si esta situación de bloqueo institucional y político se prolonga hasta después de las elecciones. Pero, aunque el presidente estadounidense dispone de instrumentos ejecutivos para sacar adelante un plan de emergencia, limitado en el tiempo, para desatascar la crisis, su extrema debilidad hace improbable que pueda recurrir a ellos. En cambio, es más verosímil que deba aguardar, impotente, algún nuevo cataclismo para sacar adelante un plan que cuente con la complicidad de los dos grandes partidos.