Cuando llego del periódico a casa, nada más dar una primera vuelta a la llave, Dalí ya está saltando al otro lado de la puerta. Gala, siempre algo más apática, se despereza en el sofá. Dalí casi me derriba frotándose contumazmente sobre mis pies, haciendo ochos y dejándome el pantalón lleno de pelos. Lo primero que hago es darles de comer por riguroso orden jerárquico. Dalí comerá en la salita de la música su pienso especial contra los eczemas y tendré que cerrar la puerta para que no salga corriendo a la terraza, donde Gala ya está afilándose las garras y maullando sin parar pidiendo alimento para gatas castradas de atún y pollo. Una vez repuestos sus cuencos ya no les importaré nada.

Entonces será el momento de dirigirse al acuario. Todos los días tengo que limpiar las algas del cristal y controlar la temperatura, dureza y ph del agua. Si no hay que hacer ninguna corrección simplemente les daré de comer a los peces. Por la mañana, escamas; por la tarde, pellets; por la noche, larva de gusano rojo del Amazonas y si es festivo artemia salina (un microcrustáceo) congelada o viva.

Aún no me he puesto el delantal para meterme en la cocina a preparar la cena y me dirijo al gambario. Allí en apenas 20 litros mis gambas neocaridinas se alimentan de espirulina y pastan tranquilas en el verde musgo de java. Tienen regulada la temperatura por calentador y compruebo la conductividad del agua. Perfecto. Algunas están ya ovadas y pronto habrá nuevos habitantes en el gambario. ¡Qué alegría!

He dejado a los gusanos de seda para después de cenar. En su caja de zapatos llena de agujeros, dan cuenta cada día de cinco o seis hojas de morera. Elimino las viejas, les tiro las cacas e inspecciono por si alguno hubiera hecho el capullo. Nada. Habrá que esperar. Finalmente limpio el hormiguero que tengo en el cajón de la entrada. Tengo una hormiga reina desde septiembre y el otro día puso huevos que no prosperaron. Le dejo un poco de aguamiel en el tubo. Me tiro en el sofá, suspiro y pienso. ¿Pero quién es la mascota de quién?