A mi abuelo lo mataron en la guerra. Hace 72 años. A mi abuela le quedó una calle con un nombre que ya habrán borrado. Y aunque para nosotros y para ella él fue siempre un héroe que murió por sus ideas y no movido por el odio, y su historia de angustia, olvido oficial, penurias, tragedia y superación es como la de muchísimas otras, está claro que lo pasaron mucho peor las viudas de los que perdieron. Pero eso no le ahorró su amor aniquilado ni su vida deshecha. La suya fue uno de tantas en la guerra de España, otra infamia fratricida más que añadir a la historia. Se ha repetido hasta la saciedad que en los dos bandos se cometieron atrocidades, pero no lo suficiente que en aquella época turbia de delaciones, paseos, checas y venganzas abundaron los actos heroicos y fraternales, y que muchos de un lado salvaron la vida de los del otro, por encima del odio oficial y por encima de las dos Españas.

Después la dictadura trajo la terrible secuela del triunfalismo, el orgullo y la intransigencia para unos, el miedo, la humillación y la marginación para otros. Y así los que perdieron la guerra no alcanzaron la paz. Tras la pesadilla tuvieron que arrostrar el exilio, la persecución, la pobreza, la cárcel, quizá la muerte dentro de un país destrozado y amenazante. La posguerra, en vez de favorecer la concordia, aumentó el odio. Y es hermoso y es justo y necesario ahora que les sea reparado aunque sólo se pueda ya en el recuerdo todo el daño que sufrieron. Porque lo cierto es que la herida quedó tumefacta. Mas con la democracia España se liberó de sus yugos y sus flechas, de sus montañas nevadas y sus banderas al viento. Hubo gente de ideologías enfrentadas que supo apostar con enorme generosidad por la superación y por la reconciliación, no por el olvido. Pero en las últimas semanas han reaparecido los fantasmas de la guerra en una loca, violenta e irresponsable escalada verbal. Y con algo de aprensión me pregunto ¿dónde iremos si dejamos que se confunda la reparación con la revancha?