Desde que el embajador Gordon Sondland testificó en la Cámara de Representantes dentro del proceso abierto por la mayoría demócrata para someter a impeachment a Donald Trump, quedan pocas dudas de que el presidente puso en marcha una diplomacia paralela para presionar a Volodimir Zelinski, presidente de Ucrania. En un proceso penal, las palabras de Sondland quizá resultaran decisivas para debilitar la línea de defensa de Trump; todo es menos convencional en un juicio político en su fase decisiva. Los probables cargos de soborno, obstrucción a la justicia y abuso de poder que manejan los demócratas se basan en la exigencia de Trump a Zelinski de que abriera una investigación sobre los negocios de Hunter Biden, hijo del exvicepresidente, a cambio de ayuda militar y en que, contra las conclusiones de la comunidad de inteligencia, averiguara si partió de Ucrania una intromisión en la campaña del 2016 en favor de Hillary Clinton. La complejidad del procedimiento y la composición del Senado -con mayoría republicana-, que es donde se debe sustanciar la destitución, otorgan un gran peso a los intereses políticos y menor importancia a la solidez de las pruebas. Pero Trump aspira a ser reelegido dentro de menos de un año y está por ver cómo influye en sus posibilidades de éxito la causa que se sigue contra él. Porque es muy improbable que el impeachment salga adelante, pero es también improbable que la imagen de Trump salga indemne.