XUxn día peor que otro, dice el refrán. Verdaderamente febrero parece más bien un mes ciclotímico, lleno de altibajos como si estuviera diagnosticado --que me disculpen los psiquiatras-- de trastorno bipolar. Eso le debe venir del tiempo de los romanos, cuando a Julio César, en un descanso de su afán conquistador, le dio por ordenar el calendario y colocó al antiguo februarius en el lugar que ocupa hoy. Como el año estaba un poco descabalado, le tocó a este mes cargar con los ajustes astrológicos, de modo que es el único con largo cambiante y el más enclenque de todo el calendario juliano. Por si fuera poco, quedó situado el segundo entre sus once hermanos, y, ya se sabe, siempre los segundones arrastran traumas desde la niñez. Así le va, repleto de vaivenes, o sea, loco. En realidad, nada pasaría si todo se redujera a meras conveniencias heredadas --como tantas cosas-- de la cultura romana. Pero ocurre que los humanos estamos expuestos al influjo ambiental y estas veleidades febreriles determinan también nuestro comportamiento. Sabido es que, por ejemplo, la tasa de suicidios aumenta en primavera y en febrero se hacen más patentes los trastornos ciclotímicos --vuelvo a disculparme ante los psiquiatras--. Lo sé --aunque no parezca muy científico-- porque mi amiga Pepi, que para esto de las alteraciones mentales es como un manual de psiquiatría --en leve, eso sí, suelen ser desórdenes pasajeros-- sufre cada febrero ataques de melancolía a los que siguen periodos de exultación eufórica y ella lo justifica con la época del año. Cuando está en fase decaída se atiborra entre llantos de tranquimazín y sedantes mientras que en la de euforia desarrolla una actividad vertiginosa inmersa en ocupaciones variopintas que serían impensables en cualquier otra época del año. Asegura que todo es debido a febrerillo el loco y con eso sacude cualquier responsabilidad personal. Me dice, --cariño, y qué quieres que yo le haga, ya sabes lo sensible que soy a todo lo que me rodea--. Sin embargo, este 2005 la veo rara, está que no levanta cabeza en todo el mes. Lo cierto es que se pasó el carnaval exultante y en cuanto entró la cuaresma se vino abajo:

--Cariño, aunque yo sea atea, no puedo evitar acordarme de lo de polvo eres, etcétera, y me da mucha pena imaginarme convertida en calavera mientras algún enemigo se ríe de mí como le está pasando a la pobre Diana, que no la dejan tranquila ni muerta entre el orejas y su querida. Encima, esta cuaresma, con lo mal que ando de amores, no he podido ni consolarme en Quevedo, con lo de serán ceniza mas tendrán sentido/ polvo serán mas polvo enamorado.

Porque otros años para esta época solía tener algún devaneo amoroso y se animaba por San Valentín, pero éste lo pasó abatida acordándose de novios y amantes pasados. No obstante, consiguió alegrarse cuando supo que ¡por fin!, alguien dimitía en el Gobierno regional y, además de hacerlo, lo mantenía. Se puso contenta y quería llamar a Leonor para darle la enhorabuena. Entonces se me ocurrió preguntarle si ya tenía decidido el voto para lo de Europa y volvió a la fase depresiva. Contestó:

--¿Sabes qué? Con cada depresión me vuelvo más republicana, más ácrata, y más escéptica, así que no pienso levantarme de la cama para asistir a semejante plebiscito o como se llame. Tengo la impresión de que no por ello cambiará Europa su lugar en la historia.