TNtaturalmente en un congreso tocarán a Gloria y en otro habrá un Requiestcant in pace . En febrero, en su congreso, Mariano Rajoy no se habrá quemado todavía. Navidades por medio, ni siquiera habrán sucedido los 100 días de perdón que se le conceden a quien llega a la Moncloa.

En febrero, también cónclave socialista. Despedida, con discurso dramático de gestión, del secretario general saliente, José Luis Rodríguez Zapatero , que no pudo dimitir la noche del 20-N solo porque no era el candidato. Y búsqueda desesperada de un secretario general de consenso.

La única expectación del congreso del PP es si la apuesta por la moderación --incluso en los temas que más les saca las venas a una parte de su partido: el terrorismo-- tiene continuidad. ¿Habrá descubierto por fin Rajoy las mieles del centro político?

Pero España tampoco puede ser estable sin un socialismo democrático poderoso. Nadie garantiza la continuidad de ningún proyecto en estos tiempos de cambio y convulsión. Ni siquiera el referente histórico de Pablo Iglesias e Indalecio Prieto es garantía de supervivencia para una socialdemocracia desnortada.

Está bien que en el PSOE, para el consumo externo, se le eche la exclusiva responsabilidad de la catástrofe a la crisis económica; pero dejar fuera la forma en que se ha gestionado ese dramático problema desenfoca la solución. El zapaterismo fue una interpretación tan personal del PSOE, de la política y del Gobierno que sería difícil dejarlo fuera en el análisis de las causas de la debacle. Aunque solo fuera por la contradicción en quien se obsesionó por jubilar a toda generación que no fuera la suya para acabar recurriendo a Alfredo Pérez Rubalcaba , el último mohicano de la tribu de Felipe González . Todo será en febrero. La gloria y la catarsis.