Algunos se preguntan si habrá un revival de los felices años 20 tras la pandemia de la COVID-19, a imagen y semejanza de los que se vivieron hace poco menos de un siglo, tras una etapa de fatalidad marcada por la gripe del 18 y la primera guerra mundial.

Teniendo en cuenta los comportamientos temerarios de algunos, podría decirse que los años locos ya están aquí, antes incluso de que tengamos ninguna prosperidad que celebrar.

En el grupo de -por así decirlo- “los felices”, que en realidad no lo son tanto, encontramos a conspiranoicos, fiesteros, antisistemas, pasotas, malcriados o simplemente gente floja que está harta de sufrir las restricciones sanitarias propias de una pandemia. Y si hay un denominador común en todos ellos es la pulsión por vendernos como hazaña, lucha por la libertad o por la verdad lo que no es más que imprudencia, egoísmo e inmadurez.

Con la excusa de la -innegable- mala gestión del Gobierno en esta crisis, algunos se creen acreditados para montar fiestas ilegales o quemar contenedores y ocasionar considerables destrozos en indefensos comercios. Resulta que asaltar las calles con violencia, insultar al presidente del Gobierno a voz en grito o causar daños a honrados comerciantes -que ya tienen lo suyo- es una proeza de la que sentirse orgullosos. Ellos son los valientes, y el resto somos unos borregos por cumplir la ley.

En fin. Hay cosas que en estos momentos no están al alcance de nuestra mano, como, por ejemplo, disponer de medicamentos específicos o una vacuna contra el SARS-CoV-2.En ese aspecto, habrá que seguir penando/esperando. Pero hay algo que sí está de la mano de las autoridades: frenar con contundencia a estos grupos de (in)felices que quieren hacer la guerra por su cuenta, menospreciando, sobre todo, la vida de las personas de riesgo.

Tener mala cabeza no les concede ningún privilegio, y menos a costa de la salud de los demás.