TCtuando entró a trabajar en la Waechtersbach vio cumplidos algunos de sus sueños: se compró un piso de segunda mano en la avenida de Antonio Hurtado y enseguida se casó con el hombre al que amaba. Tenía por entonces veintidós años y muchos proyectos almacenados en su cabeza. Pensó --ilusa-- que aquella fábrica podría suponer el principio de industrialización de su ciudad, a la que alguien con bastante ingenio y no menos ironía llamó un día la ciudad feliz .

Han transcurrido treinta años desde entonces y ahora sueña que esa fábrica de cerámica sólida y colorista no se cierra, y ella sigue trabajando. Sueña que las instituciones se vuelcan y proponen viables fórmulas de financiación para que siga abierta. Pero sobre todo sueña que los cacereños se involucran de alguna manera con esta causa, porque esta ciudad ya empieza a oler a aguas espesas que llenan un charco donde nada se mueve. Sueña que impasibilidad y apatía dejan de ser palabras vivas que aletargan a la gente de Cáceres, porque la cómoda siesta de los cacereños ya empieza a ser un poco larga y es necesario despertarse a tiempo para no perder de vista el horizonte. Sueña que Cáceres deja de ser la ciudad de las tres pes : pipas, paseo y pa casa . Sueña despierta que ella y cuarenta compañeras y compañeros deciden, con su esfuerzo y con una admirable actitud emprendedora poco usual en esta ciudad, reavivar el barro y el fuego para que los hornos de su fábrica sigan dorando platos y tazas. Sueña que los cacereños entienden que la fábrica no puede perderse, e invierten su ingenio y su solidaridad --al precio que sea-- para apoyarla, y levantan los brazos para que las instituciones vean que están despiertos.

Y si no es así, a la ciudad feliz habrá que empezar a llamarla la ciudad de los felices dormidos .

*Pintor