Dramaturgo

Todo en Badajoz es revisable y reformable. Nos invade un viento reformista que si no fuera porque echa para atrás (porque sopla desde el sur andalucista y señorito) hacía tiempo que nos hubiera impulsado hacia metas impensables. Que llega la Navidad pues en Badajoz todo es añoranza del Belén del Padre López y de los polvorones de La Perla. Que llega Semana Santa, ¡hala!, a buscar a Porrina por las esquinas para que cante una saeta. Que llega San José, pues al Salto del Caballo a ver si alguien ha vuelto con una caseta o con un caballo de aquellos con los que el jinete Diniz Silveira ganaba los concursos.

Que llega la Feria de San Juan, ahí vamos todos buscando como posesos al Nicanor tocando el tambor , al Trofeo Ibérico, al circo Kronhe, al Bombero Torero y a los bailes para chicos y chicas uniformados que se congregaban en el parque de la Legión cuando el Casino o la Hípica carecían de adosados con piscina en el extrarradio y cerraban recintos públicos para sus ferias privadas.

A mí la feria me gusta mucho, me pone mucho, la verdad. No estoy en edad de ir a mi señor padre a pedirle dinero para tirar al blanco, pero casi casi. Tampoco soy un virguero bailando sevillanas pero sacando patos con peluches de premio no hay quien me gane. Y puesto a añorar se me saltan las lágrimas cada vez que me acuerdo de la sin par cantante María del Valle, de sus botas de plexiglás amarillas y su dedicatoria en la caseta del benemérito cuerpo antes de cantar Volare a grito pelado. ¿Sería posible que alguien, en plan añoranza, trajese a María del Valle a una de las dieciocho casetas que quedan? Igual se animaba la gente y abandonaban la feria de día esa tan polémica.