Lo normal es que las perlas vengan solas, de una en una, pero todo es acostumbrarse. Fernández Díaz , ministro de Interior, las suelta de dos en dos y se queda tan ancho. El opina de todo, de lo interior y lo exterior, de lo divino (sobre todo) y de lo humano, y hasta de educación si hace falta. Total, de educación en España sabe todo el mundo menos los alumnos y los profesores, que no tienen ni idea. Abre la boca el ministro y tiembla el misterio, nunca mejor dicho. La religión no puede ser una maría, dice. Tiene que estar a la altura de las asignaturas fundamentales, como la física y química o la biología, tan científicas. O la historia y la literatura, tan peligrosas y difíciles de manejar. Saber que Dios es nuestro padre, creador y señor de todas las cosas, es tan importante como la tabla periódica o la genética. Y hablando de genética, el ministro ha dicho que existen argumentos racionales, no confesionales, para estar en contra del matrimonio entre homosexuales, por ejemplo, que no garantiza la pervivencia de la especie. Si dos no se casan para procrear, para qué se casan entonces, inquiere perplejo.

Podremos tener ruedas de prensa sin preguntas, periodistas sin periódico, aeropuertos sin aviones, ternera sin ternera, duques sin título, delincuentes sin castigo, personas sin trabajo y jóvenes sin esperanza; pero sin procrear y sin nota en religión no vamos a ningún sitio. Ya dijo Ratzinger que a veces, como Homero, Dios cierra los ojos y se hace el dormido. Y así andamos, en un duermevela de políticos sin vergüenza, sin criterio y sin corazón que no dudan en dejarnos sin dinero, sin palabras, sin nada.