La trascendencia de la eliminación del Real Madrid de la Liga de Campeones es directamente proporcional a las expectativas que desde el propio club blanco se habían levantado a principios de la temporada: enorme. En el curso del retorno de Florentino Pérez a la cúpula de la entidad, el Madrid se había fijado como meta ganarlo todo, y para ello no dudó en acometer una serie de fichajes tan deslumbrantes en lo deportivo como desmesurados en lo económico. Los más de 250 millones de euros gastados en Cristiano Ronaldo, Kaká, Benzema y compañía solo se justificaban como inversión si llevaban aparejados unos triunfos deportivos inmediatos y su correlato de aumento de ingresos. No ha sido así y en marzo al Madrid ya solo le queda la opción de la Liga: descabalgado de la Copa por el humilde Alcorcón, el Olympique de Lyón, ha hecho trizas el sueño de Florentino de ganar la décima Copa de Europa en el Bernabéu.

Las lecciones de la caída blanca son claras. La primera y más importante es que, felizmente, el fútbol de élite aún tiene amplio margen para la sorpresa, elemento clave de toda competición deportiva. La segunda, que una constelación de estrellas no constituye necesaria ni automáticamente un gran equipo.