El conflicto diplomático provocado por la detención hace varias semanas en Shatt-al-Arab de los 15 soldados británicos que se encontraban cerca o dentro de las aguas jurisdiccionales de Irán y su posterior liberación por parte del presidente iraní en persona, en un acto en el que se encontraba rodeado de cámaras y micrófonos de la televisión oficial, ha estado planteado desde los inicios como una batalla mediática. Por si había alguna duda al respecto, los últimos acontecimientos en el Reino Unido no han hecho sino confirmar el alcance propagandístico de la operación. Lo afirmaba el columnista Dominic Lawson en el diario The Independent: "En esta batalla no ha habido armas ni disparos, sino cámaras de televisión y fotógrafos de prensa".

La autorización (casi una invitación) del ministro de Defensa británico, Des Browne, a que los marines de la Royal Navy vendieran su historia a los medios de comunicación tenía como objetivo epidérmico ofrecer una oportunidad a quienes eran vistos por la opinión pública de las islas como "traidores" para que pudieran restituir su honor. El objetivo final, sin embargo, era que las declaraciones de los marinos sirvieran como contrapeso de las imágenes burdamente "maquilladas" por el régimen iraní y, más importante todavía, para hacer olvidar cuanto antes la sensación de derrota militar, de fiasco, que se percibía en el ambiente por cómo se han desarrollado los acontecimientos .

Al Gobierno de Tony Blair le ha salido el tiro por la culata. Los soldados Faye Turney y Arthur Batchelor vendieron, efectivamente (y además por centenares de miles de euros, una tarifa ordinaria para los tabloides) unas exclusivas más cercanas a la filosofía de la prensa del corazón que a la dignidad de la que históricamente ha hecho gala el Ejército de Su Majestad. La presunta emotividad, e incluso la frivolidad y la levedad de sus confesiones y, de manera especial, el hecho de que fueran retribuidas en metálico mientras otros soldados regresaban del frente dentro de sus ataúdes, ha indignado a la oposición conservadora y al país en general.

Downing Street ha dado marcha atrás y ha prohibido que ningún otro soldado pueda hacer declaraciones (algo, por otro lado, común en las Fuerzas Armadas británcias; la excepción ha sido que pudieran hacerlas), pero ha sido, según The Guardian, como "cerrar la puerta del establo cuando los caballos ya se han desbocado".

A raíz del paso en falso se han abierto interesantes dilemas, además de la esperables cargas de profundidad política. Si el silencio es necesario en determinados temas que competen a la seguridad, ¿no será esa una excusa para callar cuando la sociedad quiera justificaciones racionales y no emotivas? Pero si el Gobierno tiene, indudablemente, parte de culpa en este fiasco, ¿no existe acaso una responsabilidad igual o mayor en la prensa amarilla, que aprovecha la guerra como un campo de batalla más en su lucha por la difusión y la audiencia, como si se tratara de un vulgar, y nada heroico, reality.